miércoles, 25 de diciembre de 2013

Homúnculo

  Era un hombre reducido a lo mínimo. Tenía lo justo, lo cual era casi como no tener nada. No tenía ropa, casa, ni trabajo. Su única labor era existir, ya que no hacía otra cosa.
   No estaba en ninguna parte, no tenía movimiento ni pensamiento. Tenía la capacidad para obrar, pero carecía de la energía para hacerlo. Tenía los ojos cerrados. Era una carcasa. Mas no se le puede culpar por ello, pues él no tenía ni idea de todo esto.
   Era como un ser humano salido de fábrica, sin opinión ni posesión. Una máquina desconectada. Y es precisamente esto lo que nos permite verle como algo útil, materia prima moldeable para, en un futuro, servir de algo. Casi un diamante en bruto, se podría decir.
    Aun así, nada cambiaba; él no había tenido pasado y, mientras se encontrara en esta peculiar situación de estar inconsciente en ningún sitio, no tendría futuro.
   Era un hombre que, por no tener, no tenía de nada.

   De pronto, en un momento dado, una luz externa le alumbró. Le introdujeron un solo pensamiento; una frase, en su cabeza. Un ente superior, quizá su creador, le encomendó una misión. Su cerebro le fue encendido, y sin saber cómo, supo lo que tenía que hacer. Despertó.

   Abrió los ojos, y se descubrió frente a una hoja de papel, con una pluma de plata entre sus dedos. Aún desnudo de carne, pero ya no de mente, sabía que era primordial que cumpliera con su cometido, y en su cabeza encontró los conocimientos necesarios para ello.
   Todas estas cosas abrumaron un poco al hombre sin cosas, pero sabía que tenía que hacerlo, y no vaciló.
   Se acercó al papel y escribió en trazos elegantes e claros la frase que había sido implantada en su mente, que le había traído a la vida.
  
   En cuanto levantó la pluma de la última palabra, se desvaneció, y así lo hizo también la plateada pluma, dejando únicamente la negra frase en la amarillenta hoja, que rezaba:

   "Feliz Navidad a todos, y gracias por leerme"

domingo, 22 de diciembre de 2013

Recordé

   De golpe y porrazo, así recordé. Así te recordé. Recordé tu media sonrisa, tu mirada, que era pregunta y respuesta a un tiempo, tu forma de esconder la cara en el pelo, tu pose tímida, pero alegre.
   Y en ese momento de conmoción, de turbación, de convulsión interna, llegaste. Llegaste para envolverme en uno de esos abrazos tuyos; largos como un invierno, cortos como un verano. Me quedé sin aliento. Te tenía allí mismo, entre mis brazos, una sensación de calidez recorriéndome la espalda desde los puntos en que me tocabas. Apretados, uno muy cerca del otro. Cada vez que cierro los ojos aún noto cómo oprimías tu pecho contra el mío, y tus labios le susurraban a mi cuello que todo tu ser me echaba ya de menos.
   Abrumado por la profundidad y la cantidad de emociones que me embargaban tras un prolongado letargo, supe algo. Supe que te quería; que te necesitaba. Y supe que tenía que decírtelo antes de que fuera demasiado tarde.

   Por eso, en aquel preciso momento, a las dos de la madrugada, escapé de casa; un esquivo y solitario insomne, corriendo descalzo por la ciudad para ir a tu encuentro.

jueves, 19 de diciembre de 2013

Sublevaos

   Somos una voz; un grito. Un grito de rebeldía.
   Somos mil voces; mil gritos. Mil gritos de revolución.
   Hemos sido oprimidos y aplastados. Pisoteados.
   Se acabaron el pan y el circo. Los timos y las promesas.
   Conocemos nuestra fuerza, y vamos a usarla. No hay nada que perder.
   Gobernantes temed, y temed mucho, pues hemos despertado. Y estamos furiosos.

   El pueblo debe ser libre. Y libre será.

lunes, 16 de diciembre de 2013

Un viaje terrible, un ser despreciable

   El avión despegó, y el infierno comenzó para mí.
   Yo había llegado con tiempo de sobra, encontrado mi asiento y dejado mis cosas en el suelo, frente a mí. No tenía demasiado espacio, y no tenía ventana, pero ésos eran contratiempos menores, fácilmente soportables. Mi infierno se encontraba sentado a mi izquierda, Había llegado tarde, corriendo para que no le cerraran la puerta. Con prisa por sentarse, ni siquiera pidió perdón cuando me golpeó con su bolso. Era una mujer de mediana edad, una molesta cotorra que, tras obviar una aparentemente innecesaria presentación, empezó a quejarse y a explicarme con pelos y señales cuán desagradable era la gente que trabajaba en el aeropuerto, y la razón por la cual había llegado con retraso. Tenía la necesidad de comentar el detalle más absurdo e irrelevante, y en cuanto acababa de explayarse con su opinión sobre el asunto, lo relacionaba con un hecho deliciosamente interesante de su vida, que yo tenía un interés descomunal en oír.
   Sus ojos muy abiertos, su nariz aguileña, sus mofletes hinchados y el descarado montículo que era su boca le daban a su cara un aspecto a medio camino entre un gorrión feo y una coliflor en estado de putrefacción. Su pelo era una mata desatendida- por suerte, corta- siguiendo alguna moda extraña implantada en ese cerebro muchos años atrás. Llevaba unos tacones altos que, a la vista estaba, no tenía costumbre alguna de llevar. Al adefesio en cuestión le daban un toque de extravagancia añadido sus tres abrigos de diferentes grosores, materiales y colores, junto a un collar de perlas que, aun dando dos vueltas alrededor de su cuello, le llegaban a la cintura.
   Su inaguantable perorata y su falta, tanto de respeto como de educación, me provocaron un dolor de cabeza que duró dos días.
   Si la vuelvo a ver, la mato.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Top of the world

   We were at the top of the world. Two people; two beings, or maybe just one. It was a special day, an extraordinary day. It was the happiest day of our story, but it also had to be the saddest, a devastating moment for our love, that casual love that appeared all of a sudden in our lives.
   At last, we were together, nothing could separate us. At the top of the world, you and me were invincible. We were two fishes in the water, two eagles on the wind, so attuned in their movements that no one could tell which was which and who was who.
   There wasn't much left to say, but we talked for hours and there were charming smiles, hugs and kisses. I took you by your weist, lifted you, and we flew away from everything,  and we turned until our senses disconnected.
   The universe decreased to the size of that hill in front of the sea, and humanity disappeared leaving us alone, together.
   We said goodbye with a long, sweet kiss. Our last one, calmly and with softness, our last dance to the music that, for some time, had been reverberating in our hearts.

domingo, 8 de diciembre de 2013

Un ser en la encrucijada

   Érase una vez un ser en un cruce de caminos, entre varios campos. El ser llevaba allí mucho tiempo, y era consciente de que se quedaría allí plantado aún más.
   Sí, era un ser con conciencia. No recordaba vida anterior a la habida en el cruce, pero era un ser inteligente que, a fuerza de permanecer allí, conocía y parecía comprender su entorno.
   El ser también se hacía preguntas, y de todas las muchas y variadas preguntas que se hacía, sólo una prevalecía sin respuesta sobre las demás, en su mayoría resueltas.
   El ser se preguntaba por qué estaba allí; por qué nunca se movía. Había vivido mucho tiempo, pero jamás había encontrado en sus elucubraciones nada satisfactorio. Los pájaros le confesaron una vez su opinión; no se movía porque no sabía, y tenía que aprender. De todas formas, los pájaros no eran muy de fiar, pues casi siempre que le veían y él intentaba hablar con ellos, huían despavoridos. Su amo, o aquel humano que se consideraba su dueño, estaba firmemente convencido de que el ser estaba allí para algo, y de que no debía moverse pero, ¿qué sabrían los humanos acerca de seres complejos como él? Una noche, mientras todos pensaban que dormía, el ser oyó a las espigas de trigo cuchichear diciendo que estaba allí parado porque no se sabía el camino. Tonterías; ¡claro que se sabía el camino! Aunque, pensándolo mejor, se decía a sí mismo, quizá si me voy pase algo interesante aquí y me lo pierda. Así que me quedaré.
   La vida del ser podía parecer aburrida, pero siempre tenía algo que pensar, siempre encontraba algo con lo que distraer su instruida mente. Y eso aparte del tiempo y las estaciones, que le hacían pasar frío o calor, y lo cambiaban todo a su alrededor.
   Pero en más de un día claro, el ser vió a lo lejos, en otros cruces, unas extrañas figuras, parecidas entre sí que le llamaban, y decían que era uno de ellos. Los maizales decían que se creían muy sabios, y que se llamaban a sí mismos 'espantapájaros'.
   Qué sabrían ellos...

martes, 3 de diciembre de 2013

Su voz

   Tumbados en la hierba, el uno junto a la otra, ella empezó a leer.
   La atención de él fue robada desde el primer momento, y sus ojos se cerraron en un gesto de respeto y admiración. La rodeó con sus brazos, sus manos acariciando gentilmente la lana de su suéter. Según ella leía, él la abrazaba con más fuerza y, necesitado de ello, enterró la cabeza en su pecho, todavía escuchando.
   Pasó el rato y, aunque ella terminó de leer, la magia no se desvaneció. El agarre de sus brazos se aflojó un poco; ella pudo notar cómo él se estremecía. Y, poco a poco, y con pesar, se separaron. Él abrió los ojos y dirigió su mirada a la cara de ella.
   Una mirada con pequeñas lágrimas, que le contó todo lo que quería decir, pero no era capaz de expresar; todo lo que pensaba, pero no debería pensar; y todo lo que sentía, pero no tenía permitido sentir.

viernes, 29 de noviembre de 2013

La mentira

   Mentir. Un verbo como otro cualquiera. Eso sí, uno irregular. Miento, mientes, miente. Mentimos, mentís, mienten.
   Todo el mundo miente alguna vez. Y si alguien dice que no, ya está mintiendo. Hay mentiras inofensivas, engaños, estafas como catedrales. Debes saber que te van a mentir. Puede que sea una mentirijilla piadosa, una broma, o una puñalada trapera, pero en cualquier caso lo harán. Alguien podría hacerlo por miedo a las consecuencias que traería la verdad. O por vergüenza de que averigües algo íntimo. Pueden mentirte para hacerte daño deliberadamente. O para someterte, controlarte, dejarte indefenso.
   Dicho todo esto, y desde mi punto de vista, las mentiras son algo de lo más útil. Si eres un poco avispado, puedes tejer mentiras inusualmente hermosas. Por su forma, por su fondo, o por la versatilidad que tengan. Se suele decir, además, que una mentira sencilla es preferible a una compleja, en la que te acabas enredando tú mismo. Bueno, todo depende de tu habilidad para ello. Una mentira intrincada, pero creíble (la credibilidad es el pilar básico de las mentiras), que haya sido estudiada antes de la puesta en práctica, servirá para tus malvados propósitos y se aguantará firme.
   En resumen; mentir de forma ocasional y con moderación es productivo y saludable. Eso sí, con cuidado, que no te cojan.

jueves, 28 de noviembre de 2013

Mi papá

   Mi papá trabaja en un colegio. Su trabajo es el más importante de todos. Como trabaja cuando es de noche, puede estar todo el día conmigo y con mi hermano. Nos cuida mucho, y también quiere mucho a mamá. Cuando todos los profes se han ido, mi papá va al cole y mira en todas las clases, y si hay alguna luz encendida, mi papá la apaga. Cuando acaba, siempre cierra con llave. Él dice que eso es muy importante.
   Muchos días  nos lleva a nuestro cole en su coche, que es amarillo y muy grande. Cuando le preguntamos cuánto dinero gana, él dice que no mucho, pero yo sé que es rico, porque todos los meses nos trae un juguete nuevo. A veces, si papá está triste, mamá le da un beso, y eso le pone muy contento. Papá juega a las peleas con nosotros, y nos tira al aire súper alto, pero siempre nos recoge.
   También toca la guitarra, y a veces toca delante de nosotros. Una vez mamá lloró, pero creo que no estaba triste. Papá no tiene cosquillas, porque dice que de pequeñito se las quitaron. Pero yo eso no me lo creo. Mi papá tampoco llora, porque es un superhéroe, y los superhéroes no lloran nunca. Es valiente como un león y fuerte como un oso.

   Mi papá se ríe mucho y es muy feliz.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Pequeño pasaje de acción introspectiva

   J se encontraba sumido en una corriente de pensamientos particularmente enrevesada, cuando descubrió un pensamiento que bajo ningún concepto debería haber estado ahí. J se preocupó, por supuesto, porque no podía dejar que su mente se descontrolara. Así que miró dentro de sí mismo, y encontró un elemento erróneo, sobrante, equivocado.
   J, meticuloso y detallista, para acabar con ese puntual desatino de su razonamiento lógico, siguió el hilo de pequeños acontecimientos que hasta entoces le habían pasado inadvertidos, y encontró la causa, la fuente del fallo. J comprendió lo que había ocurrido dentro de él, pero al mismo tiempo a sus espaldas, y vio que era necesario cortarlo de raíz para que no volviera a ocasionar ningún problema.
   Erradicó toda esa cadena de minucias que desembocaban en una idea de lo más inapropiada, borrando todo rastro de que alguna vez existió. J continuó pensando, corrigiendo el desviado rumbo que había sido creado por una diminuta pero significativa esperanza.

martes, 26 de noviembre de 2013

La fragua de sueños

   Cuenta la leyenda que, allá arriba, en la dama del cielo nocturno, hay un templo, habitado por un solitario dios sin nombre. 
   El templo es una fragua, construida por él y para él. Él no es otro que el forjador de sueños. Recoge polvo lunar, lo muele hasta hacerlo muy fino y luego lo lleva a su horno. Allí, sobre un yunque de diamante, lo amasa, mezclándolo con pizcas de los cuatro elementos. Sus hábiles manos dan forma, luz y color a todo aquello que soñamos cada noche. Él conoce nuestros secretos más profundos, y es así como cada sueño, cada pesadilla incluso, está hecho a nuestra medida. Los crea, los trabaja con suavidad para hacerlos perfectos; cada sueño es único, y su valor es incalculable. Por último, una vez moldeados, los pule tanto como haga falta con infinita paciencia. Cuando cae la noche, abre las puertas de su santuario de par en par, susurrándole a cada una de esas pequeñas obras dónde dormita su dueño.
   Y parten en nuestra búsqueda a lomos de estrellas fugaces, huyendo del amanecer.

lunes, 25 de noviembre de 2013

El nombre de la historia III

   Desperté, esta vez sí, con todas las de la ley, jadeando y sudado. Me picaban los ojos como si de verdad hubiera estado entre la humareda. Me erguí y bajé de golpe, con una mueca de dolor. La pierna. Traté de serenarme, pensando que todo estaría mejor. A medida que me calmaba, se fue instalando en mi pecho la sensación de vacío y pérdida que ya me era conocida. Quise volver al sueño pero, por más fuerte que cerré los ojos, no conseguí dormir. Entonces apareció el médico. Se le marcaban las ojeras tras las gafas de montura metálica, pero su cara estaba dotada de una expresión de completa alerta.
 -Vaya, no has dormido bien, ¿verdad?
 -Hola.- Mi voz sonaba ronca.- Digamos,- empecé, forzándome a utilizar mi humor negro- que me he levantado con el pie izquierdo.-Señalé la pierna que me tenía confinado en aquella habitación.- Bien, ¿pasa algo?
 -Lo cierto es que sí. Además de tu preocupante recaída en el sueño, ha ocurrido algo. Ayer, en la hora de visitas, la cámara grabó a una chica.-El corazón me empezó a latir con fuerza, mi cerebro trabajaba a toda velocidad.- Tenía el pelo largo, muy oscuro. Media altura. No sabemos qué quería. De alguna forma averiguó dónde estabas y se coló aquí. Después de mirarte largo rato desde la puerta, entró, te habló al oído, hizo algo en tu mano y se marchó como alma que lleva al diablo. No despertabas y, en cuanto a tu mano, estaba rígida. No sabemos qué pensar, la verdad-; esperó unos segundos, como invitándome a decirle lo que supiera. Pero no lo hice.- Ahora me voy, imagino que tendrás que ordenar tus ideas.
 -Doctor,- dije antes de que se marchara- ¿puedo pedirle un favor?
 -¿De qué se trata?
 -Si esa chica vuelve... No la detengan. Es importante.
   Titubeó unos segundos, su cara de pronto asaltada por una especie de nerviosismo.
 -Bien, haré lo que pueda. Ya te dejo.
   No le di mayor importancia a su forma de actuar y, cuando se hubo ido, apreté la mano, estrujando algo. Recostándome de lado, acerqué la mano y la abrí, dejando caer ese algo entre las sábanas.
   Era un colgante. Una cadena plateada con una tuerca. No había cierre.

   Tan sólo una cadena. Con una tuerca. Sin cierre.

sábado, 9 de noviembre de 2013

After it

Dirigido a quien pueda interesar:

   Y después de todo, no me queda nada. Sólo mis manos vacías y mi corazón roto; te escurriste como arena entre mis dedos, te colaste en mis venas y me hiciste un agujero para salir.
   Una vez más me enamoré, dejé que alguien me llenara con su esencia. Permití que lo fueras todo para mí. Me dejaste soñar con lo que podría ser, y para ti construí castillos de naipes que ahora se desmoronan.
   Cuando nos separamos, te pregunté si era el final, si era así como acababa todo. Me dijiste que no, y yo te creí. Eran otros tiempos. Yo reía y cantaba, y tú eras feliz a mi lado.
   Ahora me golpeas y me dices que olvide lo dicho, que no importa, que hagamos borrón y cuenta nueva. Y también ahora, todos mis pensamientos susurran tu nombre y del agujero en mi pecho rezuma una sangre envenenada; envenenada porque es una sangre que ama, es una sangre que recuerda y es una sangre que sufre.
   Pero, ¿dónde quedará lo que compartimos, lo que vivimos juntos, lo que nos unía de forma inseparable? Todo lo que te dije, y todo lo que me dijiste, se diluirá en tu memoria como una pizca de sal en una copa de cristal, pero permanecerá grabado en la mía como las marcas que no dejan a la roca olvidar los martillazos recibidos.
   ¿Y qué voy a hacer? No me tiraré al suelo a llorar; no veré la vida pasar. Me subiré a otro barco, me lanzaré a otra aventura y esperaré que la suerte me sonría. De una vez.

sábado, 2 de noviembre de 2013

La caja de Pandora

   En un tiempo increíblemente lejano, en los orígenes de la humanidad, el titán Prometeo robó el secreto del fuego a los dioses olímpicos y lo dió a los humanos, instalándose entre ellos con su hermano.
   Los dioses, enfurecidos, decidieron castigar a Prometeo dañando a la humanidad, pues Prometeo amaba a los hombres y las mujeres. En aquel tiempo, no había mal alguno en la Tierra, ya que todos estaban sellados en una caja. Zeus hizo que Hefesto moldeara en barro a una mujer, a la que Afrodita dio belleza; Atenea, sabiduría, y Hermes, dios de los viajeros y los ladrones, curiosidad. Se la enviaron a Epimeteo, hermano de Prometeo, junto con la caja que contenía todos los males y desgracias. Una mujer de grandes cualidades, junto con el objeto más peligroso de cuantos existían.
   Y la llamaron Pandora.
   Epimeteo la acogió en su casa, prohibiéndole abrir la caja. Pero ese no era el plan de los dioses, que habían dotado de una terrible y fatídica curiosidad a Pandora. Así que un día, estando sola, no pudo evitar romper el sello para saber qué ocultaba.
   Cuando abrió la caja, sufrimiento, dolor, hambre y enfermedad escaparon en todas direcciones, repartiéndose por el mundo. Pandora, asustada, cerró rápidamente la caja para intentar remediar lo que había hecho, pero sólo pudo retener una de las cosas, lo único bueno que allí había, y que todavía perdura en el corazón de los hombres.
   La esperanza.

Aromas mates

   Subí el primer escalón de forma silenciosa, escondiéndome entre la algarabía de los demás ruidos.
   Tenía delante a mi objetivo, el profesor de matemáticas. Por fin podía analizarlo a placer. Hasta ese momento lo había estudiado con la vista y el oído. La oscura, ceñida chaqueta de tweed que siempre llevaba, sus pantalones algo holgados y su voz cascada por los años y la bebida me habían contado más de él de lo que había averiguado por otros medios. Pero allí, subiendo las escaleras de pausadamente, a escasos centímetros de mí, estaba expuesto a que le oliera. El olor de una persona te puede decir mucho sobre ella. Así que le olí.
   Pude distinguir claramente dos olores: el del cuero, que confirmaba mis sospechas sobre el material de su chaleco nuevo, que vestía bajo la chaqueta, y el del pastel de su almuerzo, el cual contribuía a la parcial información sobre sus gustos. Pero había algo mas. Un movimiento de su brazo, un giro en la escalera y un tropiezo casual me permitieron ver una taza agarrada entre sus dedos, sudorosos y algo manchados. ¿Té? ¿Café? Aspiré de nuevo. Allí estaba. Chocolate. Ya lo tenía, eso era lo que tomaba a todas horas.
   Presumido, goloso y poco cuidadoso con su imagen.
   Perdido en mis ensoñaciones, lo vi marcharse. Corrí tras él. Llegaba tarde otra vez.

Verja

   Y entonces, con pasos temblorosos, pero sin dejar de avanzar, llegarás a la verja.
   Te apoyarás en ella; rodearás los gélidos barrotes con tus dedos entumecidos. Mientras la fina lluvia te baña la cara, mirarás al cielo. Y, conteniendo las lágrimas, serás testigo de su altura. Y gritarás. Preferirás estar estrellando tus puños contra un muro; las verjas son crueles. Podrás ver tu destino, tu descanso, a un centenar de metros, pero no podrás alcanzarlo.
   Tan cerca... y tan lejos. Tratarás de sacudirla; no se moverá. Y en ese momento, aunque sepas que no lo lograrás, intentarás escalarla. Pondrás tu mejor cara de determinación, y subirás. Uno, dos, tres metros. Resbalarás. Darás con tus huesos en el suelo, en la tierra mojada. Lo intentarás otra vez. Y cuando te duelan las manos, cuando no te veas capaz de escalar, te tirarás de rodillas en el suelo. Y tratarás de cavar, pero todos tus esfuerzos serán en vano. Odiarás cada centímetro del metal que tienes delante. Cada poste y cada barrote. Lo odiarás con todo tu ser.
   No podrás llegar a tu destino, y no habrá descanso para ti. Tu esperanza habrá muerto.
   Y entonces, y solo entonces, será tu fin.

viernes, 1 de noviembre de 2013

Jugar al ahorcado

   Ya estaba todo listo. El soporte en el techo (le había llevado días colocarlo y asegurarlo), la silla desde la que se dejaría caer (en a que él siempre se sentaba), la soga que habría de acabar con su vida (en un extremo el lazo, en el otro la pata de un pesado armario) y el gas de la risa (le había llevado semanas y dinero conseguirlo). Siempre quiso probar el gas de la risa antes de morir.
   Miró hacia la ventana. Hacía un día perfecto para despedirse. Después miró el pequeño montón de cartas en su escritorio, escritas a todo aquel a quien quisiera decirle algo relevante con calma. "No recuerdes por qué lo haces. No te pongas sentimental. No te eches atrás ahora", se recordó a sí mismo. Empezó a tararear una alegre melodía mientras hacía los últimos preparativos, dejándolo todo limpio y ordenado, con la puerta entreabierta para que, quienquiera que descubriera lo ocurrido, no tuviera problemas al entrar. Se había planteado llamar a los servicios de emergencia, pero al final decidió no hacerlo, por dos razones. Por deferencia con la persona que tuviera que escuchar sus últimos estertores y, sólo por si acaso, por si le convencían de no hacerlo.
   Volvió a mirar por la ventana. Era el momento. Extendió las cartas para que se vieran bien los destinatarios, y colocó el cartel con la frase: "Coge la tuya. Si quieres." "Éxito rotundo", pensó. No había dejado ningún cabo suelto. Rememoró el desayuno, digno de un rey, que había tomado aquella mañana temprano. Se plantó frente a la silla. Subió con el bote de gas en la mano. Rezó una corta oración mientras introducía la cabeza a través de la lazada; notaba la cuerda áspera en torno al cuello, rozándole la piel.
   Cerró los ojos.
   Abrió el gas.
   Se dejó caer.

Reflejo

   Y ahí está.
   Una figura en el cristal, frente a mí. Una sombra sin cara. Un extraño. Es corpulento, la forma de su pelo se parece a la del mío, sus manos cuelgan en idéntica posición a la propia. Pero no puedo ser yo. No puede ser mi imagen. Yo no soy ése. Los míos no son los oscuros ojos que me devuelven la mirada desde su sombrío rostro.
   Entonces, ¿quién es? ¿Acaso una copia de mí mismo? ¿Pretende suplantarme? ¿O sólo atormentarme? Su respiración lleva el mismo compás que la mía; un escalofrío me recorre la espalda. Decido hacer algo y alargo un brazo. Impasible, e imitando mis movimientos, extiende también su brazo. Cuando ambas manos se encuentran, tan sólo la yema de los dedos, siento los suyos fríos, presionando.
   Sin demasiada prisa, pero con seguridad, retiro la mano, devolviéndola a su lugar original y, muy lentamente, me alejo del vidrio. Él se aleja a un tiempo, y nos vamos distanciando cada vez más, sin dejar de mirarnos, hasta que se convierte en un punto en la distancia. Hasta que dejo de existir para él, y él deja de existir para mí, y los dos seguimos nuestras vidas tratando de olvidar al ser que habita al otro lado del cristal.

Siéntate y espera

   Siéntate y espera, te dicen ellos.
   Siéntate y espera, es tu máxima ahora.
   Así que te sientas y esperas, sin nada más que hacer que no hacer nada. Empiezas a contar el tiempo. Ojalá hubieras cogido el reloj antes de que ellos te recogieran de casa esta mañana. Pierdes la cuenta. Empiezas a ponerte nervioso. Estás sentado en una silla de metal reluciente, bajo la luz blanca que se refleja en las también blancas paredes. A tus espaldas, un archivador de seis cajones, cada uno numerado hasta la docena. ¿Docenas de qué? No lo sabes; no te interesa. Sentarte y esperar, es lo que tienes que hacer.

   Pero pierdes la paciencia. Te levantas airado, decidido a rebuscar en los cajones. Sin ningún objetivo fijo, nada en concreto, quizá averiguar qué haces allí. Del primero al último, vacíos. Tarareas una melodía intentando ocultar tu nerviosismo. Pero no hay nadie a quien ocultárselo, salvo a ti mismo. Haces eso que has visto en películas, leído en libros. Te paseas arriba y abajo, cual león enjaulado. Llamas a alguien, quien sea; nadie contesta. Tratas de calmarte, enfocas la atención en otra cosa. Empiezas a pensar en comida y es entonces cuando te das cuenta de lo hambriento que estás. Sí, seguro que llevas horas aquí. ¿Qué hora será? Fuera de esta estéril habitación blanca debe ser de noche.

   Ya está. No aguantas más. Indignado, decides tomar las riendas de la situación, decides desobedecer sus órdenes y decides revolverte contra ellos, que te retienen allí. Ya no habrán más órdenes suyas. Cruzas la habitación con pasos rápidos y empujas la puerta.
   Está abierta.
   Sales.

lunes, 28 de octubre de 2013

Pinos

   Planteemos la situación. Hablemos de algo intrascendente y, a la vez, llamativo. Supongamos que viajas en un autobús con un amigo. Hace rato que habéis dejado de hablar, y ambos estáis ansiosos por seguir. ¿Por qué? Buena pregunta. La mayoría de la gente no se siente cómoda con el silencio, así que intenta entablar una conversación, por banal y forzada que ésta sea.
   Volviendo a nuestro ejemplo, el autobús bordea una gran extensión de tierra. Se divisa un caserón a lo lejos, con una hilera de árboles. En ese momento, ambos encontráis algo que decir. Por supuesto, el tema a comentar es algo que ha llamado vuestra atención; la arboleda. Así que uno de los dos, el más rápido o el más nervioso, se arriesga y dice algo parecido a:
   "¿Has visto los pinos?"- señalando con la cabeza hacia la casa. ¿Por qué digo que se arriesga? Es sencillo. Si ninguno de los dos sabe mucho sobre árboles, lo cual es probable, entonces no hay problema. El hecho es que probablemente los árboles no sean pinos y que el valiente, pese a haber clasificado los árboles como tales, no sepa a qué especie pertenecen. Lo más curioso del asunto, el quid de la cuestión, es que los dos sois perfectamente conscientes de que no son pinos, y aun así, con el mero fin de reducir la incomprensible tensión que os causa el silencio, ambos aceptáis como cierta una falsedad.
   Ahora queda la parte complicada, la que requiere de acción mutua. El que no ha hablado debe olvidar lo ocurrido, para ahorrar al otro la vergüenza de saberse descubierto. El que ha hablado mirará para otro lado, aparentando indiferencia, pero esperando que su compañero borre ese momento de su memoria cuanto antes.
   Y así acaba este suceso, una parte inservible de tu vida, uno de esos errores absurdos que, te guste o no, repetirás.

sábado, 26 de octubre de 2013

Llámalo X

   Últimamente siento algo. No sé qué es, ni cómo definirlo, pero lo voy a intentar. Para empezar, no es algo mío. O, al menos, no exclusivamente. Es algo hacia  alguien, para alguien, por alguien... Curiosamente, siempre está dirigido a la misma persona; ese alguien. Ése sentimiento, o cosa, llamémoslo X, es algo muy fuerte. No es como esos pensamientos, L o M, que te revolotean en la oreja, esperando a que les hagas caso; no. X es algo que se lleva dentro, y lo mismo es placentero que doloroso, tan pronto alegre como desolador. X es, además, adictivo; cuanto más tienes, más necesitas. Como ya habrás adivinado, X es un sentimiento extremo, que te hace capaz de todo y nada a la vez.
   Como decía, X es inexplicable y, cuanto más se piensa en ello, menos sentido se le encuentra. Se lo podría clasificar, sin ningún problema, como irracional, pues lo es, ¡y hasta qué punto! No necesita razones, motivos ni excusas. No se puede decir por qué lo sientes, porque aunque todo lo dicho resultará correcto, será también terriblemente inexacto. Alguien con un gran don de palabra podría acercarse a expresarlo mediante el lenguaje, pero por buen orador que fuera, nunca se encontraría una definición adecuada. Y ésa es parte de su belleza, es como un secreto que todos saben, pues todos, en mayor o menor medida, lo hemos sentido alguna vez. Y compadezco a los que no.
   Por si fuera poco, X trastorna tu mente y tu forma de ver las cosas. Por ejemplo, hará que lo que, en circunstancias normales sería un roce, se convierta en algo llamado caricia, llenándolo de significado y causando gran exaltación en la persona receptora. X te impide pensar con claridad, porque influencia tus decisiones y movimientos.
   Y con una última reflexión voy a terminar. X toma diversas formas, más o menos diferentes entre ellas. Hay gente para la que tiene una importancia primordial, los hay que voluntariamente, lo apartan para no sufrir sus consecuencias, los hay que no les interesa, los hay que lo tienen y no lo valoran, porque no saben lo que se siente cuando lo pierdes. Hay personas que tienen conceptos de X muy parecidos, y otras que lo entienden de formas muy alejadas. X es un mundo, y es diferente y parecido para cada uno.

   Hay quien lo llama amor.

Nocturna

   Era ya de noche. Caminamos varias horas, extendimos las esterillas y nos tumbamos. Cenamos, y nos fuimos a dormir. Mientras todos se daban las buenas noches, ella y yo nos mirábamos, hablando en voz baja, como quien guarda un secreto. Me pidió que, si se dormía, la despertara cuando pudiera ver la Luna, que aquella noche estaba llena. Al cabo de un poco, se durmió. La dejé descansar.
   Entonces, algo cambió. La miré; la Luna estaba sobre nosotros. Fue como verla por primera vez. Su rostro, iluminado por la luz pálida y mortecina, carecía de defectos. Su expresión estaba dotada de una calma que cortaba la respiración. Alcé la mano y, con mucho cuidado, acaricié el puente de su nariz. Rocé sus mejillas, suaves como las de un bebé, y repasé con mis dedos el terreno desconocido que eran sus labios. Le recoloqué un mechón de pelo que había caído de pronto en su frente, y cumplí mi parte del acuerdo. Ella murmuró algo acerca de lo bonita que estaba la Luna. No se daba cuenta de que lo más hermoso de todo aquel paisaje era ella misma. Susurré en su oído que la quería, y ella contestó que también.
   Vi cómo volvía a su  sueño, y así me quedé; contemplándola hasta que el mismo que se la había llevado a ella me llevó a mí consigo.

sábado, 12 de octubre de 2013

Inglaterra

   Gentes imaginarias del solitario poblado que es mi blog:
   Se hace saber que el autor, escritor, y principal, por no decir unico, colaborador de este peque*o rincon de sue*os se encuentra en las lejanas tierras del Reino Unido. Que esta cursando sus estudios de primer trimestre alli, y que los ingleses no tienen ni malditas e*es ni malditos acentos para escribir. Que no ha subido nada al blog desde hace bastante, y que, pese a ello, hay material ya escrito para subir, y las ganas de hacerlo. Que lo esta pasando a limpio y que en un par de semanas volvera a casa por unos dias, y que sera entonces, con un teclado decente, cuando estos textos que ya han sido escritos, seran publicados. El autor aprovecha asimismo para pedir perdon por esta laguna temporal en la que no se ha pasado por el blog, pero insiste en que ha pasado un tiempo bastante ajetreado de giros inesperados y contratiempos indeseados, y pide que le excusen por ello.
   Gracias por escuchar lo que mi se*or os transmite, gentes de bien.
 [Y, con una reverencia y un salto, desaparece entre la inexistente muchedumbre]

lunes, 19 de agosto de 2013

Caída libre

   Caigo. Corto el aire enrarecido de este pozo sin fondo. Aún no he visto el final, y hace tiempo ya que dejé de ver la luz del agujero por el que me lancé. Ya no recuerdo por qué lo hice, pero sigo cayendo sin remedio. Sin remedio porque cualquier obstáculo que frenara mi caída significaría mi muerte. El viento truena en mis oídos y hace ondear mi ropa, casi desgarrándola. Me cuesta ordenar mis pensamientos, y en cuanto abro la boca se me llena de aire, impidiéndome hablar y casi tomar aliento. Mi cuerpo gira y da vueltas de campana, haciendo caso omiso a mis esfuerzos por encontrar una posición algo más cómoda.
   Me doy cuenta de algo, algo curioso. Estoy relajado, y contento. Relajado porque sé cómo va a acabar esto, que pronto moriré, así que no hay de qué preocuparse. Contento porque estoy cumpliendo uno de mis grandes sueños. ¡Estoy volando!
   ¿Qué me ata ya a este mundo? Mi conciencia, y dentro de poco ni eso. Debería despedirme, pues este momento es tan bueno para morir como cualquier otro, y nunca se sabe. Pero antes...
   Plof.

jueves, 4 de julio de 2013

La canción...

   Estaba agobiado, rodeado de gente. Todos se movían, y sonreían, y hablaban, completamente ajenos a mí. Me aparté a un rincón oscuro. Suspiré y saqué el reproductor de música. Cerré los ojos lentamente. Pulsé el botón.
   La canción apareció. Una canción tan suave que la sentía acariciándome, acunándome. Llegó con movimientos tiernos y dulces. Dejé que me envolviera, que me atravesara, dejé que formara parte de mí. Me perdí en sus ondulaciones, y en la brisa que transportaba la melodía. Era una canción hermosa, sin duda. Yo la escuchaba, distinguiendo las notas, dejándome llevar. La voz que la cantaba me hacía olvidarme de todo, y de todos. El estribillo, elegante y delicado, me estremeció, e hizo que el agobio que había sentido se fundiera como la nieve en una mañana invernal. Me sentí flotar. Notaba la canción en mi pecho, moviéndose a un ritmo susurrante, que fue haciéndose cada vez más complejo.
   Y cuando terminó, me dolió como hacía tiempo que nada me había dolido. Volví a suspirar y, con un pequeño toque, la magia volvió a comenzar, y así estuve hasta que esa tenue nana en que se había convertido mi canción me sumió en un sueño apacible, allí donde nada podría hacerme daño.

lunes, 1 de julio de 2013

El nombre de la historia II

   Fue como un fogonazo, deslumbrante. Un nombre. Y después del estallido en mi cabeza, nada. Sólo una sobrecogedora sensación de pérdida, de añoranza. Me empezó a doler la cabeza, y me dispuse a dormir para que la mente se relajara y los pensamientos se asentaran. Me dormí en seguida, y soñé. Casi me lo esperaba.
   Estaba sentado en una butaca, viendo una obra de teatro. Los de mi alrededor sonreían, y me hablaban. Se parecían entre ellos, pero no logré reconocer a nadie. Los actores parecían representar a niños. Era una buena obra, de eso me acuerdo. La obra acababa. Entonces, de repente, el escenario explotó. A nosotros no nos pasó nada, ya que no estábamos entre las primeras filas. Había algunos fuegos, y humo por todas partes. Como en una película, vi que una marea de gente empezaba a intentar huir.
   Yo no lo dudé. Me dirigí, saltando butacas, hacia los restos del escenario, y no fui el único. Tenía buena voluntad, pero no era ningún héroe, así que me animó ver a gente que hacía lo mismo. Empecé a ayudar a los que habían salido mejor parados, levantándolos, señalándoles la salida, y a los demás... Había lisiados, gente sangrando y arrastrándose para salir. Yo había levantado a una chica, que comenzó a seguirme, imitándome. Entre los dos conseguimos sacar a un grupo de cuatro asustadas señoras de debajo del telón hecho jirones, que, junto con su armatoste, había caído, sepultando a varios grupos como aquel al que acabábamos de guiar hasta la salida Acercándonos otra vez hacia las primeras filas, nos cruzamos a un hombretón  con aspecto de oso, que consiguió sacar una sonrisa débil pero sincera, pese a la situación. Le acompañaba una joven que, por lo poco que pude ver, y salvo por el pelo, que llevaba mucho más corto, era prácticamente igual a mi compañera. Entre los dos, cargaban con tres niños que lloraban desconsolados. Parecían especialmente preocupados por uno de ellos. Devolví la sonrisa como pude y continuamos avanzando. Para cuando llegamos de nuevo a la altura del telón, los recién llegados bomberos nos apartaron rápidamente hacia el grupo grande de gente.
   Yo, casi sin pensarlo, cogí a la chica de la mano. Nos miramos un instante y, cuando iba a retirar la mano, me devolvió el apretón.
   Sonreí tímidamente. Sonrió tímidamente. Y así empezó todo.

El nombre de la historia I

   Me desperté en una cama de hospital. Bueno, no sería justo decir que me desperté. Digamos que, después de vagar un tiempo indefinido por los rincones de mi mente, afloré a la superficie, y allí entreví, con los ojos semi cerrados, paredes blancas, y un sillón, además de una pila y una puerta que, di por hecho, daba a un baño. Estas cosas de izquierda a derecha. Y los aparatos, por supuesto. Decenas de aparatos médicos conectados a mis brazos, a mi pecho, a mi cabeza. No sé cuánto tiempo pasó, porque subía y bajaba, pasando de momentos de plena consciencia a largos ratos de inquieta duermevela. Horas o días después, ¿quién sabe? entró un hombre joven de blanca bata y amigable, aunque tensa, sonrisa. Nos medimos con la mirada, recelando el uno del otro, hasta que él decidió comenzar, y me dijo en voz alta:
-Hola, soy el doctor Wals.- Pausó.- James. Llevas aquí dos días y medio, más o menos, aunque - se retorció las manos con nerviosismo - creemos que hace más tiempo de tu accidente.- ¿Había dicho accidente?- Lo cierto es que es un alivio que te hayas despertado, porque no sabíamos qué hacer contigo.- Otra pausa.- Mira, te diré las cosas claras. No te has dado cuenta porque te hemos dado más analgésicos que a un elefante, pero si levantas la sábana, verás que tienes una herida bastante fea en la pierna.- Con esfuerzo, alcé la tela. Lo que vi me dejó helado. A través de la delgada pero resistente venda que me recubría la pierna, pude ver una mancha alargada de sangre. Aparecía cerca de la cadera, y bajaba hasta la mitad del gemelo, pasando por algo que debería haber tenido forma de rodilla, pero que, definitivamente, no la tenía. Muy despacio, bajé la manta, y todavía más despacio, miré al médico a los ojos.- Todavía no te hemos hecho las pruebas reglamentarias, pero, entre tú y yo, es probable que tengamos que amputar. Lo siento.- Una pausa algo más larga.- Una cosa más. Sospecho, y no creo que me equivoque, que tienes amnesia. No recuerdas demasiadas cosas, ¿verdad?.- Compuso una última sonrisa, lo más agradable que pudo, teniendo en cuenta la situación, y se marchó. Me puse a darle vueltas a sus últimas palabras, y algo hizo "clic" dentro de mí. Nombre, caras, lugares...
 No recordaba nada.
 Sólo una cosa.
 Iris.

viernes, 28 de junio de 2013

Del loco que era algo más que eso 2/2

   Saludos, mi apreciado e ingenuo compañero. Mi nombre, aunque es cierto que podría decírtelo, no es relevante. Quiero dejar claro que esta carta no está motivada por la importancia que pueda tener para mí que alguien me juzgue, que es bien poca, sino para despedirme de ti, pues no volveré aquí. Si te he llamado ingenuo es porque, durante doce inviernos, y desde el primer miércoles en que apareciste, he visto que me señalabas, me llamabas, o incluso te reías de mí. Bien, si mi carta tiene algún objetivo que no sea el de despedirme, ése es aclarar qué es lo que, durante tantos años, cada miércoles, me veías repetir incansablemente. Puede que no lo hayas notado en mi cara, o en la forma en que me muevo, pero ya soy viejo, y estoy cansado. Debo contar mi historia antes de morir, pues creo que ninguna historia debería perderse en el tiempo. Comienzo, pues.
   Hace años, muchos años, yo amaba a una mujer. Se llamaba Helena, y ella me amaba a mí también. Si alguna vez has estado enamorado lo entenderás. Habría dado la vida por mí, y yo por ella. Pero no tuve la oportunidad. Un miércoles, un veintiséis de junio cualquiera, acordamos vernos en ese lugar en el que tú me ves cada miércoles. Para qué aburrirte con detalles que deben quedar entre ella y yo... El caso es que fue una tarde maravillosa, la última que pasé con ella. Pero ocurrió algo. Cuando nos íbamos a despedir, y no sé cómo ni por qué, discutimos. Y cuando se marchó, lo hizo en bicicleta, y enfadada. Aquella es la última imagen que tengo de ella. De camino a casa, la atropellaron. Murió por mi culpa, ¿lo entiendes?
   Desde aquel día, yo represento la función sin ella, y su papel está en blanco. Esa es mi historia, la de un pobre diablo que vive anclado en el pasado.

Del loco que era algo más que eso 1/2

   Una vez, hace mucho tiempo, mi trabajo me impidió salir a dar mi paseo de los martes, así que, para no faltar a la costumbre del paseo semanal, decidí que pasearía al día siguiente, un miércoles. Por aquel entonces, yo daba mis paseos por el cauce antiguo del ya seco río de mi ciudad natal, de la que más tarde emigré. Bien, motivado por el hecho de estar cambiando algo significativo en mi rutina, cambié también la dirección que tomarían mis pasos. Aquel día caminé río arriba, y tras un rato de andar por el tramo que estaba descubriendo, me paré cerca de una pequeña colina, porque vi a un loco. Nunca había tenido la oportunidad de ver a ninguno; al menos, en la vida real, y me sorprendió que anduviera solo.
   Tenía una vieja mochila a su lado, en el suelo, y agitaba los brazos sin dejar de mirar a la parte superior del muro que tenía delante. Como si esperara algo. Como si, de repente, algo o alguien fuera a caer en sus brazos. En verdad se creía que tal cosa iba a pasar. Daba lástima. Más tarde, y tras un rato de hacer aspavientos y prometer a puro grito que lo iba a recoger, fuera lo que fuese, lo recogió. Durante un momento, pensé que podría estar ensayando, pero entonces se giró, y vi que tenía los ojos llorosos, y la mirada perdida. Después, entre risas, bajó la colina rodando de lado y se sentó en la hierba. Vovía a reír, hablando en voz alta, ignorando las lágrimas que corrían por su cara, como si no fueran suyas.
   Se levantó, y yo, llevado por una intensa curiosidad, lo seguí. Andé detrás de él unos minutos, y mi pequeño esfuerzo se vio recompensado cuendo se tiró en la hierba. Sacó unos papeles de su gastado macuto para enseñárselos a su imaginario compañero, señalándolos y comentando. Sí, estaba manteniendo una conversación. Esperé más de lo que debería haberlo hecho, y al final se levantó y se fue, dando el aspecto de una persona normal.
   Me fui a casa, sin dejar de reflexionar sobre el tema. El miércoles siguiente me pudo el ansia de saber más, por lo que volví a presentarme en el lugar. Y allí estaba él, repitiendo exactamente lo mismo. La misma mochila, la misma mirada.
   Y así, miércoles tras miércoles, sin faltar ni un sólo día a mi cita, iba a ver al loco, al que apenas parecía importarle mi presencia, o mi mera existencia.
   Acabé aprendiendo de él. Aprendí perseverancia. Hiciera el tiempo que hiciera, él se personaba allí y representaba su función. Durante doce años (tiempo en el que, dicho sea de paso, ambos envejecimos), vi a mi loco hacer sus locuras, tratando de encontrarles algún sentido. Llegué a la conclusión de que su propósito debía ser algo inmensamente importante para él, si es que existía tal propósito.
   Recuerdo bien el último día. El loco, ya mayor, representó la función una vez más, y al acabar, en lugar de salir corriendo, se me acercó, y dirigiéndome una mirada completamente lúcida, depositó en mis manos una carta escrita de su puño y letra. Jamás volví a dudar de la cordura de aquel hombre.

domingo, 2 de junio de 2013

R. I. P.


 
  Yace aquí el corazón de un joven muerto en vida, que decidió enterrar su amor para no sufrir; matar sus sueños para no volver a despertar jamás; que cortó sus alas por miedo a volar. Yace solo; pues no se encontró a nadie que quisiera acogerlo.
   La joven que se atreva a sacarlo de su negro sudario deberá amarlo como nunca haya amado a nadie antes, pues se convertirá en lo único que le ancle a la vida, siendo la luz que le guíe en las tinieblas; y su agua cuando esté sediento; y su bastón cuando las piernas le fallen. Será ella la que introduzca este difunto corazón en el lugar que antaño ocupó, y será ella la que lo haga latir de nuevo.
   Hasta entonces podréis, incautos viajeros, contemplar esta hermosa lápida que lo protege de los peligros del amor.

lunes, 27 de mayo de 2013

Un silencio triple

   Volvía a ser de noche. En la posada Roca de Guía reinaba el silencio, un silencio triple.
   El silencio más obvio era una calma hueca y resonante, constituida por las cosas que faltaban. Si hubiera soplado el viento, éste habría suspirado entre las ramas, habría hecho chirriar el letrero de la posada en sus ganchos, y habría arrastrado el silencio calle abajo como arrastra las hojas caídas en otoño. Si hubiera habido gente en la posada, aunque sólo fuera un puñado de clientes, estos habrían llenado el silencio con su conversación y su risa, y con el barullo y tintineo propios de una taberna a altas horas de la noche. Si hubiera habido música... Pero no, claro que no había música. De hecho, no había ninguna de esas cosas, y por eso persistía el silencio.
   En la posada Roca de Guía, un par de hombres, apiñados en un extremo de la barra, bebían con tranquila determinación, evitando las discusiones serias sobre noticias perturbadoras. Su presencia añadía un silencio, pequeño y sombrío, al otro, hueco y mayor. Era una especie de aleación, un contrapunto.
   El tercer silencio no era fácil reconocerlo. Si pasabas una hora escuchando, quizá empezaras a notarlo en el suelo de madera, y en los bastos y astillados barriles que había detrás de la barra. Estaba en el peso de la chimenea de piedra negra, que conservaba el calor de un fuego que llevaba mucho rato apagado. Estaba en el lento ir y venir de un trapo de hilo blanco que frotaba el veteado de la barra. Y estaba en las manos del hombre allí de pie, sacándole brillo a la superficie de caoba que ya  relucía bajo la luz de la lámpara. El hombre tenía el pelo rojo como el fuego. Sus ojos eran oscuros y distantes, y se movía con la sutil certeza de quienes saben muchas cosas.
   La posada Roca de Guía era suya, y también era suyo el tercer silencio. Así debía ser, pues era el mayor de los tres silencios, y envolvía a los otros dos. Era un silencio ancho y profundo como el final del otoño. Era grande y pesado como una gran roca alisada por la erosión de las aguas de un río. Era un sonido paciente e impasible como el de las flores cortadas; el silencio de un hombre que espera la muerte.

    El Nombre del Viento-Patrick Rothfuss



¡De memoria! Soy un genio XDDD

viernes, 24 de mayo de 2013

En blanco

   Me planté ante el papel, sin saber qué escribir. Con la mirada perdida, apesadumbrado. Preguntándome qué había pasado con la inspiración que el día anterior me recorría, desbordándose desde mi mente. Lo que había sido una gran garrafa llena de clara y cristalina agua era ahora un mísero vaso de lodo turbio. Estaba en blanco. Sencillamente no salía nada de mi boli. Sentía la mano inútil allá, en el extremo del brazo. Nada.
   Pero entonces, llegó una idea. Recuperé el boli del rincón de la mesa al que lo había lanzado horas antes. Empecé a escribir. Uno, dos, tres renglones. Las letras comenzaron a fluir. Las notaba bajando por el brazo, manejando mi mano izquierda, moviéndola a un ritmo ágil y ligero. Y allí estaba, escribiendo todo un texto, sin escribir nada en realidad. Parecía una buena entrada y todo.
   ¿Y sabes lo mejor? Al final de ésta oración habrás terminado de leer ese texto.

Ojos

   -Disculpa, ¿puedes mirarme un momento?
   Alzó la cabeza. Y, una vez más, vi sus ojos. Esos ojos de un azul rugoso. Con un aro de lo que parecía ser... ¿marrón? No lo sé, la imagen es confusa. Sólo recuerdo que sus ojos brillaban como el Sol al alba, con una luz cálida y confiada. Me decían algo. No era rencor ni resentimiento, sino algo que no me esperaba. ¿Diversión?
   Pero pasó algo. Cuando los miré, fue como mirar el mar. Pero no un mar simple y banal como se suelen describir. Era un océano. La miré embelesado, abstraído, embobado —mi amigo me tiró de la manga, tenía prisa—. Mirar era como tener un tesoro. Como compartir un secreto inconfesable con ella. Desvió la mirada. Mi sueño se quebró. El momento había llegado a su fin.

miércoles, 15 de mayo de 2013

Y se me pasan los días

   Y así, un día detrás de otro. Monótonos, indiferenciables entre sí. Nada cambia. Hago un examen. Leo. Hay bronca en casa. La vida sigue. Hablo con un par de personas. Me cuentan un chiste. Me río. Jaja. La vida sigue. Se me pega una canción que no me gusta. Juego al Buscaminas. Nada cambia. La vida sigue.    
   Ilusión se va, mejor dicho, quiere irse. No la dejo marchar. Si Ilusión se va, Vida se quedará a solas con el matón, Indiferencia. Si Indiferencia agrede a Vida, ésta degenerará en otro personaje, Rutina. Rutina es un ser aburrido, sin intereses, sin ganas, sin curiosidad, sin Amor. Amor. Jaja. Ése sí que es un pícaro. Va fastidiando a todos, y no por igual. Pero Amor tiene un algo. Ese algo es lo que hace que sea tan egoísta, pero es ese mismo algo el que hace que cuando se va lo eches en falta. Pero en fin. La vida sigue.
   Nada cambia.

miércoles, 17 de abril de 2013

El hogar.

   ¡Hola! Buenas tardes, noches, días, o la hora que quiera que sea ahora para ti. Para mí es buenas tardes. Esta entrada va a ser algo ínfimo, pero, al menos para mí, está cargada de valor. Empieza así:

"Home. Home again. I like to be here when I can."
"Home is where the heart is."
   En fin, la segunda frase no sé de quién es, y no sé a qué se refería Pink Floyd con la primera, pero si algo tengo claro es esto: Home se traduce como hogar, y no como casa. ¿Qué por qué puntualizo esto? Es bien sencillo; mi hogar no es mi casa. O mejor dicho, mi casa no es mi único hogar. Mi casa es un sitio donde ceno, duermo, leo, pierdo el tiempo, acumulo cosas, tengo la mayor parte de mis pertenencias... Pero eso no es mi hogar. Mi hogar es el Junior, el Puesto de Vigía, quizá mi clase, es posible que la casa de mis abuelos... Cuando yo me siento solo, o necesito refugio, mi casa no es el primer sitio que pienso. Me atrevería a decir que soy un alma libre, y generalmente, estoy más a gusto solo, por tanto si realmente quiero estar al lado de alguien, es porque ese alguien es muy importante para mí. Además, en casa no me siento seguro, prefiero sentarme a ver pasar la gente desde el Puesto con las piernas colgando del borde que recibir reprimendas. Es lógico, eso no hay nadie a quien le guste, pero, sin ir más lejos, ayer, un compañero me dijo que más de una vez ha pensado en coger su guitarra, una mochila, e irse. Simplemente irse. Tengo medianamente claro que no voy a hacerlo, mis problemas en casa no son fuertes y demás argumentos lógicos. Sé que no haré ninguna estupidez, pero el caso es que se me quedó el gusanillo de la idea en la cabeza.
   Libertad... Bueno, aquí lo dejo por hoy, y es posible que en próximas instancias cambie algo de esto, o añada. Quién sabe.
     Un abrazo, mi solitari@, o debería decir imaginari@ lector@.

miércoles, 3 de abril de 2013

Sobre qué escribiré hoy...

   ¡Hey! Hola, compañer@, estoy de vuelta, tristemente de vuelta. Digo tristemente porque parece que los acontecimientos no juegan a mi favor, y no solo no me quedan ases en la manga, sino que creo que nunca ha habido tales ases. Es que mi vida se va a pique, y parece que no puedo cambiarlo.
   Por si fuera poco, esta era una entrada de un tema interesante, pero me ha parecido que lo que había escrito era, ¿cómo decirlo? Ah, sí, una basura. En lugar de eso, he decidido que de ahora en adelante voy a escribir pequeñas reflexiones random, y quería empezar por compartir esto con vosotros:
 
   Bueno, el trasfondo está claro, ¿no? Pienso que la gran parte de las veces el miedo nos frena para hacer cosas que en realidad son las que queremos. Aunque yo lo miro por otro lado, es decir, a veces, el miedo nos empuja a actuar, porque: "La espontaneidad y la velocidad de actuación son la mejor respuesta contra una situación... Peligrosa."
   Así, mucha gente, qué digo mucha gente, la gran mayoría de la gente tiene una infinidad de sueños por cumplir. Esos sueños, y cuando lo digo lo siento por ellos, jamás en la vida se van a cumplir. Salvo que aparezca lo que esperamos: "Waiting for someone or something to show you the way..."
Y ahora, cómo no, te toca a ti: ¿eres tú una de esas personas que dejan de hacer cosas que quieren por miedo? ¡Respondedme que no me sienta solo! Si lo eres, solo piensa una cosa, y esta frase sí que es mía: "¿Qué habría pasado si hubieras...?" Lo importante no es si sale bien o sale mal, si lo haces antes o después, inténtalo, pon todas tus fuerzas en ello, lucha por lo que quieres. A veces hasta a mí, mejor dicho, yo el primero, me gustaría tener una brújula como la de Jack Sparrow, que señala aquello que más quiero. ¿Seguirías tú esa dirección de la mágica brújula?

   Ah, y quería yo adelantaros que voy a escribir una historia, pero no va ser una historia normal, odio ser como los demás. Pronto descubriréis ambas cosas.
Próximamente...

sábado, 16 de marzo de 2013

Empezar por el medio

   Mi primera entrada en mi primer blog.
   ¿Qué se dice en estos casos? ¿Hola?
   Hola, entonces. Me llamo Josefus, y no son demasiado relevantes los otros nombres por los que me conozcan, aunque puede que algún día los mencione ;)

   Eh, bien, no estoy muy seguro de si esto le va a gustar a alguien, ya que soy primerizo y se supone que hay que empezar fuerte, pero solo hace falta que guste, escribo por diversos motivos:
-El primero es mi necesidad de expresarme, y de que alguien disfrute con ello.
-El segundo es el descubrimiento de que una persona bastante cercana a mí tiene un blog, y decidirme subirme al carro.
-El tercero, y más importante, es el miedo. Puede resultar gracioso, pero espero que entiendas mi preocupación si te digo que mi vida y mi persona pueden cambiar, y que se esfume mi personalidad o mis gustos, perderme a mí mismo. Por eso quiero dejar constancia de mi persona, dejar marca para no desaparecer en la oscuridad del tiempo.

   Voy a dejar así de corta esta entrada para que no se haga un rollo, y voy a acabar diciendo una cosa: Este blog está para lamentarme, desfogarme, relajarme, disfrutar escribiendo, expresarme, compartir mis puntos de vista... No voy a pintar mi vida como una desgracia continua (porque sólo lo es a ratos XD), intentaré ser imparcial para contarte a ti lo que me pasa. O no. Ya veré.
   ¡Hasta la próxima!