lunes, 1 de julio de 2013

El nombre de la historia II

   Fue como un fogonazo, deslumbrante. Un nombre. Y después del estallido en mi cabeza, nada. Sólo una sobrecogedora sensación de pérdida, de añoranza. Me empezó a doler la cabeza, y me dispuse a dormir para que la mente se relajara y los pensamientos se asentaran. Me dormí en seguida, y soñé. Casi me lo esperaba.
   Estaba sentado en una butaca, viendo una obra de teatro. Los de mi alrededor sonreían, y me hablaban. Se parecían entre ellos, pero no logré reconocer a nadie. Los actores parecían representar a niños. Era una buena obra, de eso me acuerdo. La obra acababa. Entonces, de repente, el escenario explotó. A nosotros no nos pasó nada, ya que no estábamos entre las primeras filas. Había algunos fuegos, y humo por todas partes. Como en una película, vi que una marea de gente empezaba a intentar huir.
   Yo no lo dudé. Me dirigí, saltando butacas, hacia los restos del escenario, y no fui el único. Tenía buena voluntad, pero no era ningún héroe, así que me animó ver a gente que hacía lo mismo. Empecé a ayudar a los que habían salido mejor parados, levantándolos, señalándoles la salida, y a los demás... Había lisiados, gente sangrando y arrastrándose para salir. Yo había levantado a una chica, que comenzó a seguirme, imitándome. Entre los dos conseguimos sacar a un grupo de cuatro asustadas señoras de debajo del telón hecho jirones, que, junto con su armatoste, había caído, sepultando a varios grupos como aquel al que acabábamos de guiar hasta la salida Acercándonos otra vez hacia las primeras filas, nos cruzamos a un hombretón  con aspecto de oso, que consiguió sacar una sonrisa débil pero sincera, pese a la situación. Le acompañaba una joven que, por lo poco que pude ver, y salvo por el pelo, que llevaba mucho más corto, era prácticamente igual a mi compañera. Entre los dos, cargaban con tres niños que lloraban desconsolados. Parecían especialmente preocupados por uno de ellos. Devolví la sonrisa como pude y continuamos avanzando. Para cuando llegamos de nuevo a la altura del telón, los recién llegados bomberos nos apartaron rápidamente hacia el grupo grande de gente.
   Yo, casi sin pensarlo, cogí a la chica de la mano. Nos miramos un instante y, cuando iba a retirar la mano, me devolvió el apretón.
   Sonreí tímidamente. Sonrió tímidamente. Y así empezó todo.

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