jueves, 4 de julio de 2013

La canción...

   Estaba agobiado, rodeado de gente. Todos se movían, y sonreían, y hablaban, completamente ajenos a mí. Me aparté a un rincón oscuro. Suspiré y saqué el reproductor de música. Cerré los ojos lentamente. Pulsé el botón.
   La canción apareció. Una canción tan suave que la sentía acariciándome, acunándome. Llegó con movimientos tiernos y dulces. Dejé que me envolviera, que me atravesara, dejé que formara parte de mí. Me perdí en sus ondulaciones, y en la brisa que transportaba la melodía. Era una canción hermosa, sin duda. Yo la escuchaba, distinguiendo las notas, dejándome llevar. La voz que la cantaba me hacía olvidarme de todo, y de todos. El estribillo, elegante y delicado, me estremeció, e hizo que el agobio que había sentido se fundiera como la nieve en una mañana invernal. Me sentí flotar. Notaba la canción en mi pecho, moviéndose a un ritmo susurrante, que fue haciéndose cada vez más complejo.
   Y cuando terminó, me dolió como hacía tiempo que nada me había dolido. Volví a suspirar y, con un pequeño toque, la magia volvió a comenzar, y así estuve hasta que esa tenue nana en que se había convertido mi canción me sumió en un sueño apacible, allí donde nada podría hacerme daño.

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