lunes, 25 de noviembre de 2013

El nombre de la historia III

   Desperté, esta vez sí, con todas las de la ley, jadeando y sudado. Me picaban los ojos como si de verdad hubiera estado entre la humareda. Me erguí y bajé de golpe, con una mueca de dolor. La pierna. Traté de serenarme, pensando que todo estaría mejor. A medida que me calmaba, se fue instalando en mi pecho la sensación de vacío y pérdida que ya me era conocida. Quise volver al sueño pero, por más fuerte que cerré los ojos, no conseguí dormir. Entonces apareció el médico. Se le marcaban las ojeras tras las gafas de montura metálica, pero su cara estaba dotada de una expresión de completa alerta.
 -Vaya, no has dormido bien, ¿verdad?
 -Hola.- Mi voz sonaba ronca.- Digamos,- empecé, forzándome a utilizar mi humor negro- que me he levantado con el pie izquierdo.-Señalé la pierna que me tenía confinado en aquella habitación.- Bien, ¿pasa algo?
 -Lo cierto es que sí. Además de tu preocupante recaída en el sueño, ha ocurrido algo. Ayer, en la hora de visitas, la cámara grabó a una chica.-El corazón me empezó a latir con fuerza, mi cerebro trabajaba a toda velocidad.- Tenía el pelo largo, muy oscuro. Media altura. No sabemos qué quería. De alguna forma averiguó dónde estabas y se coló aquí. Después de mirarte largo rato desde la puerta, entró, te habló al oído, hizo algo en tu mano y se marchó como alma que lleva al diablo. No despertabas y, en cuanto a tu mano, estaba rígida. No sabemos qué pensar, la verdad-; esperó unos segundos, como invitándome a decirle lo que supiera. Pero no lo hice.- Ahora me voy, imagino que tendrás que ordenar tus ideas.
 -Doctor,- dije antes de que se marchara- ¿puedo pedirle un favor?
 -¿De qué se trata?
 -Si esa chica vuelve... No la detengan. Es importante.
   Titubeó unos segundos, su cara de pronto asaltada por una especie de nerviosismo.
 -Bien, haré lo que pueda. Ya te dejo.
   No le di mayor importancia a su forma de actuar y, cuando se hubo ido, apreté la mano, estrujando algo. Recostándome de lado, acerqué la mano y la abrí, dejando caer ese algo entre las sábanas.
   Era un colgante. Una cadena plateada con una tuerca. No había cierre.

   Tan sólo una cadena. Con una tuerca. Sin cierre.

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