viernes, 29 de noviembre de 2013

La mentira

   Mentir. Un verbo como otro cualquiera. Eso sí, uno irregular. Miento, mientes, miente. Mentimos, mentís, mienten.
   Todo el mundo miente alguna vez. Y si alguien dice que no, ya está mintiendo. Hay mentiras inofensivas, engaños, estafas como catedrales. Debes saber que te van a mentir. Puede que sea una mentirijilla piadosa, una broma, o una puñalada trapera, pero en cualquier caso lo harán. Alguien podría hacerlo por miedo a las consecuencias que traería la verdad. O por vergüenza de que averigües algo íntimo. Pueden mentirte para hacerte daño deliberadamente. O para someterte, controlarte, dejarte indefenso.
   Dicho todo esto, y desde mi punto de vista, las mentiras son algo de lo más útil. Si eres un poco avispado, puedes tejer mentiras inusualmente hermosas. Por su forma, por su fondo, o por la versatilidad que tengan. Se suele decir, además, que una mentira sencilla es preferible a una compleja, en la que te acabas enredando tú mismo. Bueno, todo depende de tu habilidad para ello. Una mentira intrincada, pero creíble (la credibilidad es el pilar básico de las mentiras), que haya sido estudiada antes de la puesta en práctica, servirá para tus malvados propósitos y se aguantará firme.
   En resumen; mentir de forma ocasional y con moderación es productivo y saludable. Eso sí, con cuidado, que no te cojan.

1 comentario:

  1. No me gustan las mentiras. Por culpa de ellas he perdido muchas cosas. Es cierto que, inevitablemente, todos mentimos. Pero no me gusta usarlas, y procuro no caer en ello en la medida de lo posible.

    Descubrir una mentira puede doler mucho. La exquisitez de su elaboración no ayudará a cerrar la herida. Y, si la confianza se pierde por culpa de la falsedad, entonces los malos habrán ganado.

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Es flipante la tecnología esta, ¿eh?
¡Prueba, prueba!