viernes, 1 de noviembre de 2013

Siéntate y espera

   Siéntate y espera, te dicen ellos.
   Siéntate y espera, es tu máxima ahora.
   Así que te sientas y esperas, sin nada más que hacer que no hacer nada. Empiezas a contar el tiempo. Ojalá hubieras cogido el reloj antes de que ellos te recogieran de casa esta mañana. Pierdes la cuenta. Empiezas a ponerte nervioso. Estás sentado en una silla de metal reluciente, bajo la luz blanca que se refleja en las también blancas paredes. A tus espaldas, un archivador de seis cajones, cada uno numerado hasta la docena. ¿Docenas de qué? No lo sabes; no te interesa. Sentarte y esperar, es lo que tienes que hacer.

   Pero pierdes la paciencia. Te levantas airado, decidido a rebuscar en los cajones. Sin ningún objetivo fijo, nada en concreto, quizá averiguar qué haces allí. Del primero al último, vacíos. Tarareas una melodía intentando ocultar tu nerviosismo. Pero no hay nadie a quien ocultárselo, salvo a ti mismo. Haces eso que has visto en películas, leído en libros. Te paseas arriba y abajo, cual león enjaulado. Llamas a alguien, quien sea; nadie contesta. Tratas de calmarte, enfocas la atención en otra cosa. Empiezas a pensar en comida y es entonces cuando te das cuenta de lo hambriento que estás. Sí, seguro que llevas horas aquí. ¿Qué hora será? Fuera de esta estéril habitación blanca debe ser de noche.

   Ya está. No aguantas más. Indignado, decides tomar las riendas de la situación, decides desobedecer sus órdenes y decides revolverte contra ellos, que te retienen allí. Ya no habrán más órdenes suyas. Cruzas la habitación con pasos rápidos y empujas la puerta.
   Está abierta.
   Sales.

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