sábado, 2 de noviembre de 2013

Verja

   Y entonces, con pasos temblorosos, pero sin dejar de avanzar, llegarás a la verja.
   Te apoyarás en ella; rodearás los gélidos barrotes con tus dedos entumecidos. Mientras la fina lluvia te baña la cara, mirarás al cielo. Y, conteniendo las lágrimas, serás testigo de su altura. Y gritarás. Preferirás estar estrellando tus puños contra un muro; las verjas son crueles. Podrás ver tu destino, tu descanso, a un centenar de metros, pero no podrás alcanzarlo.
   Tan cerca... y tan lejos. Tratarás de sacudirla; no se moverá. Y en ese momento, aunque sepas que no lo lograrás, intentarás escalarla. Pondrás tu mejor cara de determinación, y subirás. Uno, dos, tres metros. Resbalarás. Darás con tus huesos en el suelo, en la tierra mojada. Lo intentarás otra vez. Y cuando te duelan las manos, cuando no te veas capaz de escalar, te tirarás de rodillas en el suelo. Y tratarás de cavar, pero todos tus esfuerzos serán en vano. Odiarás cada centímetro del metal que tienes delante. Cada poste y cada barrote. Lo odiarás con todo tu ser.
   No podrás llegar a tu destino, y no habrá descanso para ti. Tu esperanza habrá muerto.
   Y entonces, y solo entonces, será tu fin.

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