domingo, 8 de diciembre de 2013

Un ser en la encrucijada

   Érase una vez un ser en un cruce de caminos, entre varios campos. El ser llevaba allí mucho tiempo, y era consciente de que se quedaría allí plantado aún más.
   Sí, era un ser con conciencia. No recordaba vida anterior a la habida en el cruce, pero era un ser inteligente que, a fuerza de permanecer allí, conocía y parecía comprender su entorno.
   El ser también se hacía preguntas, y de todas las muchas y variadas preguntas que se hacía, sólo una prevalecía sin respuesta sobre las demás, en su mayoría resueltas.
   El ser se preguntaba por qué estaba allí; por qué nunca se movía. Había vivido mucho tiempo, pero jamás había encontrado en sus elucubraciones nada satisfactorio. Los pájaros le confesaron una vez su opinión; no se movía porque no sabía, y tenía que aprender. De todas formas, los pájaros no eran muy de fiar, pues casi siempre que le veían y él intentaba hablar con ellos, huían despavoridos. Su amo, o aquel humano que se consideraba su dueño, estaba firmemente convencido de que el ser estaba allí para algo, y de que no debía moverse pero, ¿qué sabrían los humanos acerca de seres complejos como él? Una noche, mientras todos pensaban que dormía, el ser oyó a las espigas de trigo cuchichear diciendo que estaba allí parado porque no se sabía el camino. Tonterías; ¡claro que se sabía el camino! Aunque, pensándolo mejor, se decía a sí mismo, quizá si me voy pase algo interesante aquí y me lo pierda. Así que me quedaré.
   La vida del ser podía parecer aburrida, pero siempre tenía algo que pensar, siempre encontraba algo con lo que distraer su instruida mente. Y eso aparte del tiempo y las estaciones, que le hacían pasar frío o calor, y lo cambiaban todo a su alrededor.
   Pero en más de un día claro, el ser vió a lo lejos, en otros cruces, unas extrañas figuras, parecidas entre sí que le llamaban, y decían que era uno de ellos. Los maizales decían que se creían muy sabios, y que se llamaban a sí mismos 'espantapájaros'.
   Qué sabrían ellos...

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