lunes, 16 de diciembre de 2013

Un viaje terrible, un ser despreciable

   El avión despegó, y el infierno comenzó para mí.
   Yo había llegado con tiempo de sobra, encontrado mi asiento y dejado mis cosas en el suelo, frente a mí. No tenía demasiado espacio, y no tenía ventana, pero ésos eran contratiempos menores, fácilmente soportables. Mi infierno se encontraba sentado a mi izquierda, Había llegado tarde, corriendo para que no le cerraran la puerta. Con prisa por sentarse, ni siquiera pidió perdón cuando me golpeó con su bolso. Era una mujer de mediana edad, una molesta cotorra que, tras obviar una aparentemente innecesaria presentación, empezó a quejarse y a explicarme con pelos y señales cuán desagradable era la gente que trabajaba en el aeropuerto, y la razón por la cual había llegado con retraso. Tenía la necesidad de comentar el detalle más absurdo e irrelevante, y en cuanto acababa de explayarse con su opinión sobre el asunto, lo relacionaba con un hecho deliciosamente interesante de su vida, que yo tenía un interés descomunal en oír.
   Sus ojos muy abiertos, su nariz aguileña, sus mofletes hinchados y el descarado montículo que era su boca le daban a su cara un aspecto a medio camino entre un gorrión feo y una coliflor en estado de putrefacción. Su pelo era una mata desatendida- por suerte, corta- siguiendo alguna moda extraña implantada en ese cerebro muchos años atrás. Llevaba unos tacones altos que, a la vista estaba, no tenía costumbre alguna de llevar. Al adefesio en cuestión le daban un toque de extravagancia añadido sus tres abrigos de diferentes grosores, materiales y colores, junto a un collar de perlas que, aun dando dos vueltas alrededor de su cuello, le llegaban a la cintura.
   Su inaguantable perorata y su falta, tanto de respeto como de educación, me provocaron un dolor de cabeza que duró dos días.
   Si la vuelvo a ver, la mato.

1 comentario:

Desde el equipo técnico comunicamos muy orgullosamente que puedes escribir aquí cosas.
Es flipante la tecnología esta, ¿eh?
¡Prueba, prueba!