martes, 24 de junio de 2014

Paz

   Estábamos en un precipicio, un precipicio hecho por completo de cristal. Mi amigo me dirigió una mirada interrogante. Sabía cuál era su destino. No lo comprendía, pero lo aceptaba, porque confiaba en mí. Le ayudé a tumbarse boca abajo, con la cabeza asomando por el borde. Él estaba relajado; ambos lo estábamos.
 —Te echaré de menos —susurré.
   Besé su espalda desnuda con la dulzura con que lo haría una madre y, acto seguido, lo empujé con suavidad.
   Simplemente caía, y de repente mi amigo ya no estaba. Mis manos temblaron ligeramente.
   No gritó.

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