martes, 1 de diciembre de 2015

De algodones

 Estás en la cama, con la luz apagada, intentando dormir.

 Notas de pronto una molestia en un hombro. Alargas la mano para rascarte, pero topas con algo. Intentas apartarlo, pero no se mueve; está clavado. Es fino y metálico. Lo sigues hasta palpar una jeringuilla. Tus dedos suben y envuelven una mano enguantada, una mano que, inmutable, hunde el émbolo con firmeza.
 La luz se enciende y ves, al final de un brazo larguísimo, a tu madre.

 Te sonríe.

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