domingo, 31 de diciembre de 2017

Zapa-tillas ama-rillas

Pequeños y algo torpes, les observas arrastrar tablas y apilar rocas creando un camino tortuoso a ras del agua. Dan pasos dubitativos, con los mofletes inflados, los dedos estirados y los ojos muy abiertos. De vez en cuando se giran, buscando tu aprobación, y tú no puedes sino sonreír y levantar el pulgar.
Cuando el camino está construido, van pasando por ti, uno a uno, para que les desates los cordones y se puedan meter a mojarse.
Ella llega la última y te mira mientras peleas con los nudos y te pasa una mano por las cejas y se ríe flojito. Le revuelves un poco el pelo y la empujas con suavidad hacia la primera tabla
Subida en su camino de madera y piedras y estrellas de mar, se adentra en el agua, manteniendo el equilibrio con los brazos en cruz hasta unirse a las sombritas que titilan y chapotean, tus niños de luz.

Tú te quedas en la orilla, pensando en lo mayor que está haciendo y quitando la arena de sus zapatillas amarillas.

jueves, 30 de noviembre de 2017

"¿Y el pan integral?"

—¿Y el pan integral? —me preguntas, cruzado de brazos.
   Me paro en seco en el umbral de la puerta de la cocina. Contengo el aliento. Las bolsas de cartón con asas de pita tiran de mí hacia abajo. Repaso mentalmente todo lo que he comprado: pan de seis cereales, pan multicereales, pan blanco con corteza, pan blanco sin corteza, pan de leche de soja... Un cepillo de dientes, tres botecitos de tomate, pilas, bombillas de bajo consumo, una liendrera, ocho pares de cordones de colores para tus botas, papel reciclado, dos cinturones. Una grapadora. Pero no, nada de pan integral.
   Miro dentro de las bolsas, sacudiéndolas un poco para que el contenido se revuelva y pueda mirar dentro. Hay una tableta de chocolate que está inclinada y se resiste a moverse. Sacudo con más energía y se mueve un poco. Empiezo a hacer aspavientos y por fin se queda recta, revelando el zumo de naranja. Pero no el pan integral.
   Las bolsas resbalan de mis dedos sudorosos y se caen, esparciendo la compra por el suelo. Me arrodillo y busco el pan integral, apartando las cosas frenéticamente, levantando con ansia las que más abultan por si pudiera estar debajo, lanzando al otro lado de la cocina el resto de panes.
   Levanto la mirada y sigues en el mismo sitio, impávido. Tus labios forman una línea recta. Tus ojos no dicen nada. Es culpa mía, mía, mía: me he dejado la lista de la compra y he pensado que podría acordarme de todo. Hemos hablado de esto montones de veces y tu mirada siempre es la misma. Sé que no soy suficiente para ti, que estás cansado de aguantar mis torpezas. Cojo las bolsas y, temblando, las agito boca abajo, tirando el resto de cosas. Ninguna es el pan integral. El suelo está frío. ¿Cómo se me ha podido olvidar el pan integral de tu desayuno? Sé perfectamente que no puedes comer otra cosa, que es tu pan favorito y que en los demás tipos de pan el tomate no se puede esparcir igual de bien, como a ti te gusta... Entonces, ¿por qué se me ha olvidado? He comprado de todos los demás tipos de pan y no del tuyo. ¿Por qué soy tan torpe? ¿Por qué no puedo simplemente hacer las cosas bien y así que todo esté bien? ¿Por qué siempre soy yo el problema?
   Empiezo a recular hacia la entrada, arrastrándome hacia atrás, sin dejar de mirarte. Tú das un paso hacia mí, sin extender los brazos, sin dejar de mirarme, inexpresivo. Sé qué viene ahora. Me doy la vuelta y empiezo a gatear lo más rápido que pue

martes, 31 de octubre de 2017

Hipoxia

Las diez menos cuarto. Estoy perdiendo el control, lo noto. Mi cuerpo se lava los dientes. Yo miro como en una película, sin hacer el más mínimo movimiento. Se mete en la cama y miro el reloj por última vez. Pierdo la consciencia y las siete y veinticinco: el reloj ha cambiado y ahora está en una pared a treinta metros de mí. Mi cuerpo expulsa todo el aire y se sumerge. Ocho, diez, doce brazadas.  Me ahogo. Trece brazadas. Los músculos pesan cada vez más. Se me nubla la vista y las tres menos diez. Ahora el reloj es un panel en la boca del metro. Mi cuerpo pasa como una exhalación. Oigo al entrenador gritando a lo lejos que respiremos cada veinte brazadas. La siguiente sin respirar y las ocho y cuarto. Tengo un papel delante y todo el mundo está en silencio, mirándome. Mi cuerpo se frota la cara y vuelvo a  ir en bici contigo. Más silencio. Dices algo, pero no puedo oírte. Me vibran los oídos. El tráfico ensordecedor. El dolor de cabeza en aumento y las dos y treinta y siete. Mis manos sueltan el libro, que cae sobre mi cara y una de las esquinas se me clava en el ojo. No grito, no puedo gritar. No puedo moverme. Dos y treinta y nueve y mi cuerpo desnudo frente al espejo. La piel pálida, la boca formando una línea recta, la ceja del ojo sangrante enarcada. El ojo escarlata y la sangre resbalando por la cara, por el pecho, por el vientre, por la cadera. Parte de la sangre se queda acumulada en la rodilla. Mi cuerpo se inclina con extrañeza y toma un poco con el dedo. Mientras la miro, sigue goteando de mi ojo y crea ahora un charquito en el suelo.
Me llevo los dedos a la boca. Dos menos cinco. Ya sólo veo por un ojo y tengo en la boca la otra mano. No siento la otra; noto el brazo cada vez más ligero.
Tres y diecinueve. Ya sólo hay sangre. Vuelvo a respirar.

sábado, 30 de septiembre de 2017

2162 U

La vuelta al cole en las diferentes comunidades. 
La readaptación de los estudiantes a las clases.
Los desfiles de moda. 
El decimoctavo aniversario de la creación de la sociedad de niños nacidos en partos múltiples.

Un pequeño rectángulo informa a pie de pantalla que al otro lado del mundo, doscientas mil personas han perdido sus casas. 

La reunión para sentar bases comerciales entre países.
Bajas por lesiones y penalizaciones en un equipo de fútbol.
Una nueva consola.
Los beneficios de la dieta de la longevidad.

Los labios del presentador. La tele sin volumen.

sábado, 26 de agosto de 2017

Plátanos blanduzcos (o "Conclusión: la poesía es lo que te dé la gana")

He vuelto a hacerlo. A medicarme, quiero decir.
Es cada año peor. A los dolores localizados, intermitentes pero muy intensos, se suma ahora que mis ideas y pensamientos están enfermos.  Las ideas guardan cama y no se les ve el pelo, pero los pensamientos vienen a verme aquejados de dolencias extrañas: "siento que me derrito y despachurro", "no sé a dónde tengo que ir, ¿qué vas a hacer conmigo?", "no sé dónde empiezo y dónde acabo, me pierdo en mí mismo y te hago perderte: ¡hago tan mal mi trabajo!"... Algunos se acusan entre ellos de ser la causa de los problemas del conjunto, pero en el fondo todos saben que no es así, que es externo.
Sin embargo, ocurre algo curioso. En el momento en que los examino buscando qué es lo que falla en ellos para que se sientan así, cuando intento entender de dónde sale ese sufrimiento, esa desorientación, esa alienación... No encuentro nada. Es más, cuando los observo individualmente, el primero es sólido y consistente, el segundo sabe perfectamente en qué lugar encaja y el tercero está bien acotado, sin que haya lugar a dudas, y así.

Y aun así... Lo sé. Sé que algo marcha mal. No hay más que mirar por la ventana: las luces de las habitaciones ideales apagadas y los pensamientos dando tumbos por la calle, como si en el momento en que uno deja de observarlos perdieran totalmente el control de sus acciones y sólo pudieran tambalearse intentando avanzar. Como fluidos que se comportan de una forma u otra según se les aplique más o menos presión.

La situación se ha prolongado durante meses y ya se hacía difícil salir sin tropezarse con trozos de ideas. Al final salieron a la calle, en un intento por mejorar su estado, pero los esfuerzos y la exposición al sol les salieron caros: basta con tirar de la manga derecha de una idea para que su cabeza se suelte y ruede por el suelo, pegándose a otras y dejándolo todo perdido de incoherencias: "el tanque si tú hubiecésimos", "hay un ojalita de periódicos que ya quisiera la quesera quesera quesera quesera quesera quesera que será, qué será que sé, Ra, bujía". Bujía es una palabra divertida, pero no tanto como para no sentir que debía sobujionar esta sibuajión.

Así que me dirijo a casa como puedo y como estaba centrado en el asunto, no me perderé ni una sola vez. Cojo un cucurucho de papel de Biblia y me acerco al restaurante nepalí mientras me pregunto si tiene algún sentido esto que hago y digo (si lo hago, tiene sentido que lo diga; si lo digo, no parece demasiado raro que lo haga, pero ¿no es muy forzado y, en dos palabras, excesivamente onírico todo esto que estoy haciendo y contando?). Una vez allí, espero mi turno y, haciendo que se vea el tamaño del cucurucho que llevo, pido educadamente arena de playa, que es lo mejor en estos casos. Por eso es ilegal llevársela de las playas, porque si no lo fuera, cualquiera iría con su cucurucho al primer dolor de cabeza que se presentase. Pero lo mío es más serio.

El dependiente se me queda mirando fijamente mientras se hace el silencio en la sala (no es muy difícil porque no hay nadie más que nosotros doscientos treinta y seis). Sin dejar de mirarme, se dirige a mí con voz pausada: "Disculpe, pero ¿no ve que se está cargando el hilo argumental con tantos saltos? ¿No le parece del todo inapropiado y hasta un poco insolente? [CAMBIO A TUTEO] Mira, sé por qué ha venido: te has enredado en esta patraña porque has perdido toda capacidad de componer  y estás buscando no sabes muy bien qué, no sabes muy bien dónde, para no sabes muy bien qué". Según va diciendo cada una de estas cosas, aparece en sus manos, como por arte de magia, una arena blanca y finísima con la que juega; mira con cierto desprecio la página de la Biblia arrancada, arrugada entre mis manos sudorosas, y lanza la arena al aire con mirada severa. "Habrás traído un poema, por lo menos". Saco del bolsillo trasero mi lista de la compra y se la entrego con aire solemne. Los artículos listados son diferentes cantidades de arena. El dependiente asiente con gravedad. Supongo que, en el fondo, ni él ni nadie sabe lo que es la poesía. Yo tampoco, claro. Pero palabras hay que darle siempre, porque si en algo están de acuerdo casi todos los dependientes de restaurantes nepalíes que venden arena por poesía es que sin palabras no se puede hacer poesía. Yo no estoy muy de acuerdo, pero no es que esté en posición de negociar, así que acato su criterio.

Al llegar a casa, apago todas las luces para poder ver los cigarros del señor del primer piso, que fuma de vez en cuando y hace que el patio de luces apeste. Hoy ha habido suerte. Los tiene preparados y los ha encendido ya: están en unos soportes como de micrófono, en semicírculo para poder fumárselos más rápido. Según va intentando fumar cada uno, yo voy echando la arena, esa arena blanquísima, pura y perfecta, casi mágica, encima de él, de su pelo rancio y su boca horrenda y sobre todo, sobre todo, de los extremos encendidos de los cigarros. Le entra arena en los ojos y se pone a llorar del dolor y la frustración, mientras clama al cielo: "¡Casi dos meses reservándome para este día y llegas tú y haces esto! ¡Lo que hay que aguantarle al crío este!"

sábado, 8 de julio de 2017

Sobre los espejos y su variedad

   Algunos espejos pesan más de lo que deberían, eso lo sabe todo el mundo. Es una de esas verdades incómodas que se acallan por comodidad, una de esas preguntas que no se deben hacer, que son ignoradas si se plantean.

   Esos espejos son ventanas, ventanas al otro mundo. Ya está dicho. No es un mundo muy distinto en cuanto a la forma, aunque sí en cuanto a la configuración: las cosas allí son las sombras de este mundo (entiéndase sombras en el sentido amplio de la palabra, aunque sería más apropiado hablar de los reflejos como realidades desvaídas, RD en adelante). Se oculta este hecho porque nadie sabe muy bien cómo funciona (aunque se piensa que este puente, este mundo alternativo, podría estar relacionado con la mecánica cuántica) y a las élites dominantes les aterra que eso se pueda usar contra ellas.

   Pero fundamentemos un poco lo que decimos. La composición de los espejos modernos es muy simple, a saber: una fina lámina de plata o aluminio, protegida por delante por una capa de vidrio de entre 3 y 5 milímetros y por detrás por cualquier material fijador (como un portísculo), que evite que la lámina resbale o se rasgue. No hay nada más y eso es en parte lo que preocupa: no se sabe en qué momento exactamente aparece esa conexión o qué factores la favorecen. De hecho, se han registrado casos en los que superficies menos "puras" han establecido un pasaje, pero en esos casos, las RD son muy frágiles. Es el espejo el que presenta, con diferencia, las mejores propiedades para conectar los dos mundos.

   A lo largo de la historia ha habido indudablemente espejos de este tipo, por mucho que se haya intentado ocultar. La primera referencia clara a uno de ellos es, por desgracia, bastante tardía: alrededor del año 780 en Tikal, Guatemala, y también se rumorea que había uno en la corte de Luis XIV, aunque nada consta a este respecto más que algunas cartas de nobles franceses.

   En la actualidad, el tema se lleva con mucho secretismo e incluso miedo, claro. Los fabricantes de espejos y toda la plantilla tienen acuerdos de confidencialidad y las instalaciones suelen encontrarse no muy alejadas de zonas con actividad militar y rodeadas de una fuerte vigilancia.

   Otro aspecto muy curioso y más al hilo de lo que venimos aquí a contar, las RD pesan. Obviamente, no pesan igual que los objetos originales, pero no están exentas de cierta masa (Masa Desvaída), aunque tampoco se ha podido estudiar en detalle. Así, al cambiar lo que se refleja en un espejo, cambia el peso del propio espejo (o mejor dicho, se añaden a la masa del vidrio y el aluminio las MD de las RD "sostenidas" en cada momento). Y esta es, ni más ni menos, la razón por la que 1), los cristales de coche se refuerzan tanto y se hacen casi irrompibles (sólo se resquebrajan, sin llegar a partirse, cuando la presión es demasiado alta) y 2), no se fabrican cristales de coche perfectamente reflectantes, ya que la suma de las MD sería excesiva, por mucho refuerzo que se utilizara (esto también está relacionado con la casi total ausencia de ventanas en vehículos militares y aviones: la componente aleatoria de lo que se pueda reflejar es peligrosa para operaciones y cálculos delicados).

   Otro aspecto curioso y en relación a lo anterior es el transporte de espejos: se llevan siempre tapados y, de ser llevados varios juntos, van a pares y enfrentando las caras reflectantes. Esto podría parecer preocupante, porque si se reflejan el uno en el otro, se multiplican las RD y tienden a infinito y eso, se temía cuando se empezó a estudiar este campo, generaría teóricamente una singularidad (masa infinita en un volumen finito y muy concentrado). Por suerte, los científicos que realizaron estos cálculos sabían algo menos que nosotros sobre cómo funcionan las MD, y hoy sabemos que lo que ocurre en realidad es que son cada vez menos pesadas, hasta llegar a una masa despreciable (cosa que suele ocurrir en la octava reflexión, dependiendo de la calidad del espejo y, quizá no tan curiosamente, la humedad). Aun así, para evitar que entre la luz, se suelen cubrir los bordes del espejo con materiales opacos.

   A modo de comentario final recordaremos que hay tres tipos de espejos regulares (los irregulares son más difíciles de estudiar): cóncavos, planos y convexos. Hoy nos hemos ceñido a los planos por ser los más usuales, pero merece la pena indicar que, para una misma área reflectante, los cóncavos pesan menos y los convexos más, ya que aparecen en ellos más RD.


   Así pues, recuerda tener mucho cuidado manipulando espejos y, si descubres que tienes uno que parece cumplir la descripción, no dudes en escribirnos. En este blog apoyamos la cultura libre y la no censura. ¡Ea!

viernes, 30 de junio de 2017

De carreras y piruetas

“El abuelo dice que venimos a una fiesta. ¡Qué calor!”

Sed. Un sol asfixiante te recibe, pero no es el único foco de luz. Se alza frente a ti un traje de brillantes y vivos colores. 
“¡Qué bonito! Parece un emperador”

El traje empieza a moverse, extendiendo por delante algo como una vela, que se detiene frente a ti. ¡Vamos allá! Te lanzas, embistiendo a toda velocidad, pero sólo topas con aire. Notas algunos pinchazos, pero no son nada. Es un juego, ahora te tocará pinchar a ti. 
“¡Es como si estuvieran bailando! ¿Qué le pone en la espalda?”

El traje se mueve cada vez más rápido, convirtiéndose en un reluciente borrón. Ahora hay más trajes. Sigues persiguiendo la vela, la vela roja. Te vas agotando y cada vez te duelen más los pinchazos.

De pronto, sale del traje un rayo que te deslumbra. Un golpe, más fuerte, en la cabeza.

Vuelves a ver y delante de ti sólo hay rojo. Corres, corres con todas tus fuerzas, pero no lo alcanzas. 

Y entonces se acaba. 

El rayo te rasga la piel. 
Atraviesa tus músculos
y se detiene dentro, 
muy dentro de ti. 

Frío. 

Tu sangre mancha la arena. 
Mancha al público. 
Mancha sus manos. 

La niña que se mira las manos. 
Las manos manchadas de sangre. 
Los labios apretados que murmuran:
“Nunca más”. 

El traje de luces,
un faro de muerte.

miércoles, 24 de mayo de 2017

Deberes de mi curso de poesía #3


¿Dónde está mamá?

Los mayores caminan
sin girarse,
sin oírte,
sin verte.
¿Dónde está mamá?

El plato infinito de verdura.
Los jarabes agrios que cerraban la garganta.
El dentista, las tenazas.
Las agujas brillantes.
Siempre dolor.
"Es bueno para ti".
¿Dónde está mamá?

No te vayas.
La lucecita,
    déjame

        la lucecita

            encendida.
(No va).

Abrigos que son asesino y ladrón.
Arañas trepando por las piernas
y monstruos bajo la cama.

El cordel enganchado al pomo de la puerta.
La anciana de mirada maliciosa.
(...)

¿Mamá?













lunes, 17 de abril de 2017

Contranti (o "Deberes de mi curso de poesía #2")

¿Me quieres de rodillas?
Tírame piedras.
Retenme en casa.

Tapia mis ventanas,
cierra la puerta con llave;
¡funde la cerradura!

Quieres contenerme,
estudiarme,
corregirme.

Dime que tengo una enfermedad,
dime que es locura.
Asédiame con tu lógica,
con tus reglas,
con tu normatividad.

Te reto a que hagas todo eso
y me hieras
y me drenes.

Pero no me harás olvidar:
no dejaré de ver niñas ingrávidas
sobre cables de seda.
Tálame el árbol;
viviré en sus anillos.
Déjame sin agua;
beberé colores.
Tápame el cielo;
cerraré los ojos.


Hazme cuanto quieras.
Yo sé que la escarcha aún esconde secretos.

martes, 28 de marzo de 2017

jueves, 16 de marzo de 2017

Explicación de los "Diarios cualesquiera"

   Ha llegado el día de la explicación prometida. No es ideal leer esta entrada si no se han leído antes estas otras:

Diarios cualesquiera I
Diarios cualesquiera II
Diarios cualesquiera III
Diarios cualesquiera IV
Diarios cualesquiera V

   Bien, vamos allá.
   Esta serie de textos nace de una propuesta de escritura con una premisa un poco extraña: "Escribe un diario como si no hubiera tiempo". Cuando los leí por primera vez en voz alta, recién salidos del horno, fueron acogidos primero con estupefacción y luego con carcajadas de incomprensión (verdaderas carcajadas con alguna lágrima).

   El proceso fue el siguiente: traté de concretar un poco la propuesta, porque me parecía demasiado abstracta, y lo hice pensando en qué consecuencias podría tener que "no hubiera tiempo". Obviamente, si no hay tiempo como tal (es decir, que efectivamente el tiempo no avance), no tiene sentido plantear un diario, porque el diario se va construyendo y tiene sentido como progresión (un diario de un día, por largo que sea, no me parece un diario). Así que el tiempo sí avanza. ¿Qué podría hacer que "no hubiera tiempo"? Pues si hemos acordado que el tiempo sí se mueve, tendría que ser nuestra percepción el elemento disruptor, porque no hay más cosas que influyan.
   Ahora bien, ¿cómo alteramos nuestra percepción del tiempo? Primero, por supuesto, eliminando los marcadores que nos permiten orientarnos (léase "hoy", "mañana", "el mes pasado"...). No se pueden eliminar todos del todo, porque bueno, somos seres que viven en el tiempo y si no hablamos respecto al tiempo, no podemos hablar, no podemos contar cosas (sólo podríamos hacerlo bien en presente, bien en una cacofonía de tiempos verbales incoherentes). Pero entonces, ¿cómo marcar esa progresión característica del diario sin cuantificar el tiempo? Tachando rayas, claro está. Llevamos milenios tachando rayas para contar, aunque no sepamos muy bien qué contamos o qué sistema de numeración utilizamos. Y, ya que estamos, asignando cosas a cada entrada del diario, para hacer los eventos reconocibles, recordables.
   Claro, esta es otra de las consecuencias. Si no cuantificamos el tiempo y nos deshacemos de las marcas del ídem que nos orientan, entonces ¿cómo vamos a recordar bien? La mayoría de anécdotas comienzan con "el año pasado" o "el otro día" o "en mi decimocuarto cumpleaños" (por supuesto, los cumpleaños quedan totalmente fuera de contexto en nuestro mundo sin tiempo). Eliminado todo eso, sólo queda la intuición para ayudarnos a ordenar y recordar las cosas. Y eso es lo que intento simular en los textos: un aire de confusión, de poca claridad, de imprecisión. De ahí que los protagonistas no tengan nombre y las descripciones sean tan vagas (Aquí, Allí, él, ella): es que no se acuerdan.
   Volviendo a las asignaciones, pensé que era importante buscar cosas dispares, para hacer patente la ausencia de toda sistematización.

   El hilo conductor de todo es un viaje o una excursión, eso está claro. A dónde, no se sabe, porque quien escribe no tiene herramientas suficientes para describir el sitio (es más, ni siquiera sabe si ha ido o no), pero deja bien claro que quiere ir. Aquí era necesaria una figura de poder o autoridad que le guiara y acompañara, porque tal y como le hemos descrito, nuestro personaje no tiene muchas posibilidades de llegar a ningún sitio a solas (¿por desgracia?).

   Por último, el gran toque final. Quizá esté muy visto ya, pero el que el primer y el quinto diario sean el mismo tiene mucho sentido, no es un cliché que haya decidido utilizar sin más. Si se tiene atención al detalle, se observará que las entradas están subidas en días consecutivos, del 7 al 12 de diciembre. Si se presta todavía más atención, será curioso comprobar cómo contando esos mismos días, salen seis entradas y no cinco, que es el número de diarios. Bien, la idea es la siguiente: todos los diarios tienen más o menos el mismo espacio de tiempo entre ellos. Ese tiempo es el transcurrido en la realidad de quien escribe, que es más de un día, claro está. Los diarios avanzan un día (nuestro calendario real) tras otro hasta llegar al 11 y ese día la entrada no es un diario, sino otra cosa. El diario del día 12, como digo, es idéntico al primero. La idea que pretendo transmitir (sin colar algún comentario cutre en cursiva como "mucho tiempo después") es que, efectivamente, ha pasado más tiempo entre la entrada de diario IV y la V que entre todas las demás. De hecho, ha pasado tanto tiempo que se ha olvidado todo lo ocurrido en las otras entradas. "Pero eso no justifica que sean exactamente iguales", dice alguien. Bueno, la verdad es que sí. En un mundo sin memoria, tampoco es lógico esperar grandes cambios o, como en este caso, ningún cambio: ni en la forma de escribir, ni en los eventos que suceden, ni siquiera lo es en el elemento "aleatorio" que designa y supuestamente identifica de forma única la entrada de diario. Es decir: tiempo después, ocurre algo casi igual, desencadenando una respuesta igual, que es escribir una entrada de diario, una entrada de diario exactamente igual.

   Y poco más.

jueves, 2 de marzo de 2017

Deberes de mi curso de poesía #1

Mis primeros deberes del curso fueron escoger un poema que me impulsara a escribir y tratar de encontrar una respuesta, como un diálogo. Mi poema es una especie de respuesta a esto. Y esto es a lo que llamo el poema:





Yo quisiera irme (...).

Yo pertenezco a una tierra de ojos cerrados,
una tierra de contornos suaves
y adoquines blancos.
Allí las gotas caen despacio,
sin interés en llegar al suelo
(a veces sin saber si caen).
Hay todo el tiempo una música,
apenas audible:
una música que trae colores,
trae sombras de colores.
Allí los mapas tienen agujeros
de silencio
y todas las brújulas están imantadas.

Pero eso qué importa.
Nadie quiere ir.
¿Ir a dónde?
No lo saben.
No lo sé.

No hay camino.

Mis brújulas están imantadas.

miércoles, 8 de febrero de 2017

Autoanálisis

  Soy una persona que se precia de ser bastante tolerante en lo general y bastante poco en lo particular. En otras palabras, una persona hipócrita.

martes, 31 de enero de 2017

Dos derrotas y una victoria (o Giros oscuros)

   El joven entra, cojeando levemente. Sólo lleva unos vaqueros azul marino. Su torso desnudo está cubierto de magulladuras y arañazos y tiene moratones en los costados. El padre se levanta, alterado, cinturón en mano, y alza el libro que está leyendo en posición amenazadora.
—¿Sabes qué dice aquí, desgraciado? ¿Lo sabes? Dice "¡La sentencia es primero! El juicio vendrá...".

   El chico se para en seco. Saca una pistola de la parte trasera de los pantalones. Se encañona la boca y, sin temblar, dispara.