jueves, 30 de noviembre de 2017

"¿Y el pan integral?"

—¿Y el pan integral? —me preguntas, cruzado de brazos.
   Me paro en seco en el umbral de la puerta de la cocina. Contengo el aliento. Las bolsas de cartón con asas de pita tiran de mí hacia abajo. Repaso mentalmente todo lo que he comprado: pan de seis cereales, pan multicereales, pan blanco con corteza, pan blanco sin corteza, pan de leche de soja... Un cepillo de dientes, tres botecitos de tomate, pilas, bombillas de bajo consumo, una liendrera, ocho pares de cordones de colores para tus botas, papel reciclado, dos cinturones. Una grapadora. Pero no, nada de pan integral.
   Miro dentro de las bolsas, sacudiéndolas un poco para que el contenido se revuelva y pueda mirar dentro. Hay una tableta de chocolate que está inclinada y se resiste a moverse. Sacudo con más energía y se mueve un poco. Empiezo a hacer aspavientos y por fin se queda recta, revelando el zumo de naranja. Pero no el pan integral.
   Las bolsas resbalan de mis dedos sudorosos y se caen, esparciendo la compra por el suelo. Me arrodillo y busco el pan integral, apartando las cosas frenéticamente, levantando con ansia las que más abultan por si pudiera estar debajo, lanzando al otro lado de la cocina el resto de panes.
   Levanto la mirada y sigues en el mismo sitio, impávido. Tus labios forman una línea recta. Tus ojos no dicen nada. Es culpa mía, mía, mía: me he dejado la lista de la compra y he pensado que podría acordarme de todo. Hemos hablado de esto montones de veces y tu mirada siempre es la misma. Sé que no soy suficiente para ti, que estás cansado de aguantar mis torpezas. Cojo las bolsas y, temblando, las agito boca abajo, tirando el resto de cosas. Ninguna es el pan integral. El suelo está frío. ¿Cómo se me ha podido olvidar el pan integral de tu desayuno? Sé perfectamente que no puedes comer otra cosa, que es tu pan favorito y que en los demás tipos de pan el tomate no se puede esparcir igual de bien, como a ti te gusta... Entonces, ¿por qué se me ha olvidado? He comprado de todos los demás tipos de pan y no del tuyo. ¿Por qué soy tan torpe? ¿Por qué no puedo simplemente hacer las cosas bien y así que todo esté bien? ¿Por qué siempre soy yo el problema?
   Empiezo a recular hacia la entrada, arrastrándome hacia atrás, sin dejar de mirarte. Tú das un paso hacia mí, sin extender los brazos, sin dejar de mirarme, inexpresivo. Sé qué viene ahora. Me doy la vuelta y empiezo a gatear lo más rápido que pue